Jarum: Cultivando Comunidad y Naturaleza

En el barrio Moravia, ubicado en el nororiente de la ciudad y enmarcado por casas coloridas, callejones y escalas, florece un rincón especial: Jarum (Jardineros Unidos de Moravia), un emprendimiento comunitario con raíces profundas que se entrelazan con el amor por la naturaleza y la pasión por la comunidad. En el centro de esta iniciativa se encuentra Jesica Gómez, una ingeniera ambiental de 28 años cuyo compromiso y misión con la educación ambiental y el bienestar comunitario ha transformado Moravia de manera sorprendente.  

 

Moravia no siempre fue un paisaje de jardines verdes y florecientes. En su infancia, Jesica fue testigo del proceso de transformación del morro, que pasó de ser un basurero a un oasis de hogares y después con el tiempo a convertirse en hermosos jardines. Fue aquí donde su curiosidad por la naturaleza floreció y los jardineros locales, al ver su gran interés en este tema la acogieron en su comunidad, impulsándola a unirse a Jarum.

 

Fundada en 2016, Jarum es mucho más que un vivero; es un epicentro de cambio socioambiental en Moravia. Esta corporación sin ánimo de lucro no solo se dedica a cultivar material vegetal de calidad, sino que también ofrece servicios de jardinería y paisajismo excepcionales, educación ambiental de vanguardia y experiencias de turismo ecológico que encantan a quien las vive. Su presencia ha sido una puerta hacia la unión comunitaria, conectando a vecinos, fundaciones y colectivos en el barrio.

 

Para Jesica, lo que hace que Jarum sea aún más especial es su compromiso con la educación ambiental y el apoyo continuo a proyectos locales como el PRA (Proyecto Ambiental en Instituciones Educativas), el cual al día de hoy es realizado en dos colegios del barrio y financiado por Grupo Argos, lo cual demuestra el impacto positivo y sostenible que Jarum tiene en las generaciones futuras.

 

A través de sus esfuerzos continuos, esta comunidad de jardineros expertos y líderes sociales ha demostrado una notable resiliencia, manteniéndose firmes a pesar de los desafíos que el cambio en el barrio ha traído consigo. Pues al día de hoy los jardines que se divisaban en la montaña volvieron a ser hogares, lo cual implica un reto de concientización a estos nuevos vecinos.

 

En el corazón de Moravia, Jarum no solo cultiva plantas, sino también valores de comunidad, resiliencia y amor por la naturaleza. Su labor incansable no solo transforma paisajes, sino también vidas, dejando una huella verde y positiva en el corazón del barrio. Conoce más sobre ellos en: https://www.jarum.com.co/

 

Construyendo Tejido Humano

Desde hace 23 años Anglesey Villa comenzó a usar sus manos con un propósito: comenzar a tejer desde la artesanía colectiva un tejido humano que una el territorio de Moravia.

Tras un divorcio tumultuoso y tiempos poco soleados, Anglesey una mujer cabeza de familia descubrió en sus manos el don para crear artesanías a partir del tejido y el crochet que poco a poco le irían abriendo las puertas no solo a un horizonte sostenible para ella y su familia, sino también para conocer personas en el camino que la ayudarían a llegar más lejos de lo que algún día se imaginó.

Luego de varios años haciendo creaciones por su cuenta se encontró en el camino con su pareja actual, también artesano y fundador del colectivo Ecoplans, él la llevó a entender poco a poco cómo las artesanías podrían no solo cambiar sus vidas sino también la de docenas de personas dedicadas a la labor manual en la Comuna 4 de Medellín.

Poco a poco y con una idea clara en la cabeza, se fueron uniendo otros 6 colectivos de artesanos y juntos crearon “Llévate alguito pues” una organización que busca llevar los productos de tradición a nuevos territorios. Inició en 2019 y a pesar de varos meses duros por la pandemia, sus integrantes se mantuvieron firmes en los procesos que los llevaría a mejorar la calidad de sus productos y por ende, de sus vidas.

Llévate Alguito Pues no es solo una plataforma de apoyo y visibilidad para los artesanos locales, sino que también se ha convertido en un medio para mejorar los procesos de producción de los productos en varios sentidos. Brindan espacios de promoción a los artesanos, apoyo en el desarrollo estratégico de las ideas y además también hacen talleres medioambientales y de artesanías a turistas o locales que les interese el tema.

Y aunque no ha pasado mucho tiempo desde su fundación esta ha sido una organización que ha crecido de manera exponencial pero aún no paran sus metas, como la misma Anglesey lo dice… es una soñadora incansable y tiene un equipo de trabajo que la apoya a construir sus ideas.

En el futuro les gustaría poder tener más puntos de venta de las artesanías que nacen de sus colectivos, ojalá en los sectores más transitados del Valle de Aburrá y ¿por qué no? llegar a internacionalizarse con exportaciones a diferentes países. También les encantaría dictar sus talleres en otras ciudades, llevar su conocimiento tan lejos como sus pies lo permitan para continuar creando tejido desde lo humano.

Pueden conocer más de esta organización dando click aquí.

Historia de un Renacer

En una casa de madera rodeada de árboles, naturaleza y figuras de metal que sobreviven al pasar de los años nos recibe Joaquín Cano, un hombre de palabras tan claras como su convicción de seguir apostándole a la paz y al cuidado del medio ambiente desde la Corporación Camposanto y el Cerro de los Valores. Ambos se sitúan en la comuna 8 de Medellín, Villa Hermosa, donde la necesidad de recuperar los espacios de las problemáticas de violencia e inseguridad fue el impulso para apostarle a la labor social y ambiental desde el 2005. 

Allí la jardinería, la recolección de residuos sólidos, el reciclaje y la revitalización de los espacios han sido una vía de escape, o más bien un puerto de llegada, para la transformación de la vida de Joaquín y de otros compañeros que junto a él decidieron dejar a un lado las armas. “Nosotros nos desmovilizamos en noviembre de 2003 y en diciembre vinimos de La Ceja con el propósito de que la comunidad nos viera con acciones diferentes. En la mentalidad estaba que el camino a la reconciliación era la respuesta no violenta a la violencia que se vivía”, rememora en medio del canto de los pájaros que rodean el aula.  

A la Corporación Camposanto están vinculadas alrededor de quince personas. Entre ellas, algunos desmovilizados que luchan incansablemente por generar impactos positivos en las comunidades que antes los veían con zozobra. Joaquín manifiesta con alegría el giro que ha dado su vida: “Ahora por primera vez me siento como una persona a la que le quieren hablar, no por el miedo de que tengo un arma en la cintura sino porque ven la labor que estoy haciendo”.

Para él, uno al mundo viene a cumplir tres propósitos y “lo demás es añadidura”: amarse a uno mismo, otorgarle un buen trato a los demás y dejar un buen recuerdo después de la muerte. Son esos propósitos los que reflejan un renacer que tomó forma en dos procesos de ciudad: el Camposanto Villatina, que recoge la memoria del deslizamiento ocurrido el domingo 27 de septiembre de 1987 en la zona, y el Cerro de los Valores, un proyecto integral de medio ambiente que brotó en medio de un antiguo botadero de escombros. 

Cuenta Joaquín que cuando empezaron a limpiar el botadero y apropiarse de él para las actividades ecológicas la gente les empezó a decir: “¡Ay, muchachos, ustedes como están recuperando de valores!”, despertando así la idea para nombrar ese lugar que brillaría por ser símbolo de transformación. 

Hoy el cerro brilla por lo que representa, pero también brilló por los alumbrados que año a año se encendieron en esta montaña del oriente de la ciudad. Eran figuras hechas de material reciclable y bombillas ahorradoras. “Nosotros atraíamos más de cuatro mil personas en el mes de diciembre de diferentes partes. El Cerro de los Valores lo conocía gente de Castilla, de Manrique, de todo lado”, narra Joaquín mientras muestra las estructuras de metal que se conservan en la tierra y ahora iluminan sus recuerdos. 

El alumbrado navideño era realizado con apoyo del sector público y generaba empleo para los miembros de la Corporación Camposanto, los jóvenes en riesgo de caer en grupos delincuenciales y las madres cabezas de hogar del sector. Sin embargo, hace más de cinco años no han podido financiar de nuevo este proyecto que encendía la celebración decembrina en el barrio.   

En la actualidad, Joaquín y la Corporación Camposanto mantienen la convicción de seguir trabajando por la comunidad. Han generado procesos de sensibilización que actualmente les permiten realizar la recolección de residuos sólidos en más de 4.000 hogares y hacer del cuidado del medio ambiente uno de sus fuertes. Su trasegar es la ejemplificación de esa frase plasmada en el Monumento a la Vida del Camposanto Villatina, que Joaquín recita de memoria como si de la fecha de su nacimiento se tratara: “yo soy como ese hombre que con la fuerza de su voluntad transforma el devenir catastrófico de su entorno y en medio de la muerte enaltece la vida”. Conoce más de sus procesos en https://corporacioncamposanto.weebly.com/quienes-somos.html o https://www.facebook.com/CorporacionCampoSanto/?locale=es_LA

La ciudad en un corte

Al salir de la estación Caribe del Metro, al lado oriente del río Medellín, se encuentra una carpa con sillas, espejos e implementos de barbería. En su parte frontal, colgada de uno de sus soportes, se avista una tabla de skate pintada con su nombre: Barber Art, un colectivo que lleva siete años apostándole al espacio de la barbería como laboratorio social y que desde hace cinco años se sitúa en esta plazoleta pública del barrio Moravia, donde convergen culturas, historias, memorias y transformaciones. 

Su fundador es Martín Cortés, hijo de campesinos, nacido en Sonsón, Antioquia. Vivió parte de su vida en la zona rural de La Unión, para luego llegar a la zona urbana del mismo municipio y finalmente migrar, a sus 14 años, a las periferias de Medellín. Se dedicó a distintos oficios al llegar a la ciudad, hasta que empezó a trabajar en una barbería en El Poblado. 

—Desde hace 20 años yo estoy en el mundo de la barbería, dialogando con la gente y mirando el oficio desde adentro… Me di cuenta que el barbero tiene un papel muy protagónico en la sociedad, porque interviene la estética de las personas y tiene la posibilidad de tener un espacio al que llegan 500 o 1000 personas al mes —plantea Martín mientras los demás barberos motilan a quienes van llegando. 

Su vida se centra en investigar y asumir su entorno como un laboratorio. Por eso, al analizar la barbería como un lugar donde se generan vínculos empáticos con quienes van a realizarse un corte, se dio cuenta de las posibilidades para leer el territorio desde dicho espacio. Pero, ¿cómo hacerlo? Martín es consciente de que el tejido social “tiene que ser una cosa que se vea, que se entienda, que se articule, que se proyecte, que se pueda cartografiar…”, por eso, propone tres elementos para dinamizar el arte, la cultura, lo social, lo económico y lo político en las comunidades donde están las barberías. 

El primero es sacar catálogos que generen diálogos en las comunidades, nombrando los cortes de cabello con recursos, memorias o problemáticas del territorio. Por ejemplo, uno de los catálogos es Geografías y Memorias, que está impreso en una lona situada al lado de la carpa y contiene cortes como “Río”, “Valle”, “Minería” o “Represa”. El segundo consiste en identificar las historias que hay en torno a estos recursos mediante “Una historia por un corte”, que promueve conversaciones con personas en situación de vulnerabilidad, como habitantes de calle o desplazados, mientras acceden a un corte de cabello. El tercero y último es que cada barbería tenga tres mapas: uno de cómo era, otro de cómo es y otro de cómo será la ciudad según los Planes de Ordenamiento Territorial, acompañando esto de códigos QR que faciliten observar los proyectos culturales, artísticos y políticos existentes. 

Martín cree en la expresión que dice que “Cuando uno no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve”. Por eso, la meta con el colectivo es que 400 barberías se articulen y puedan tener profesionalización en su oficio mediante un manual que están creando con fichas técnicas de los cortes. Hasta el momento, se han sumado alrededor de sesenta, que se reúnen aproximadamente cada quince días para hablar de lecturas cartográficas de la ciudad y reafirmar que en las barberías de Medellín se hace más que cortes de cabello.

Conoce más de este maravilloso proyecto en su cuenta de Instagram (@barberart_oficial).

La danza también es diversa

Hace 5 años nació Enjoy Dancing, un espacio en el que las niñas y jóvenes de la vereda La Loma, en el corregimiento San Cristóbal, han encontrado tranquilidad y mucho arte. Juan Rivera fue quien inició el colectivo, cuando la academia en la cual bailaba ganó un proyecto para impartir clases de danza urbana en las veredas del corregimiento. Aunque este proceso duró tres meses, se convirtió para él en un sueño que no tiene fecha de caducidad; por lo que se ha extendido hasta el día de hoy que lo comparte con su pareja Daniel Ospina. 

Cuando las clases que debía dar estaban a punto de finalizar, Juan notó lo mucho que disfrutaban el espacio las chicas del territorio. En La Loma, únicamente había grupos de folclor, por lo tanto, los ritmos urbanos fueron muy atractivos para las jóvenes. Así que decidió continuar con el grupo teniendo en cuenta que vivía allí y que “el conocimiento es algo que se debe compartir con todo aquel que quiera recibirlo”. 

Al principio fue de parche, de continuar con lo que alegraba a la gente; pero después, gracias a la acogida y a que se iban perfilando como un colectivo, surgió la necesidad de darle un nombre. Decidieron llamarse Enjoy Dancing, pues el baile les movía el cuerpo y el alma. 

Teniendo el nombre y la motivación, Juan empezó a gestionar vestuarios y presentaciones, además de unos talleres vacacionales. Fue ahí cuando le propuso a Daniel que impartiera clases y este aceptó. Cuenta que en principio fue “caótico, porque estaba saliendo de su adolescencia, a sus 19 o 20 años, y un joven dándole clases a otros jóvenes era complicado”. Sin embargo, con el tiempo y el amor de Juan y las demás personas, pudo aprender mucho sobre sí mismo y sobre el territorio, al punto de decir que “La Loma es como un paraíso”. 

Juntos, como directores, empezaron a darle un nuevo enfoque a Enjoy. Por eso, desde la mirada de Juan como trabajador social y de Daniel como psicólogo, han hecho de este espacio artístico un proceso de acompañamiento psicosocial. Los padres y madres de familia han sido testigos de cómo la danza ha impactado positivamente la vida de sus hijas. Incluso, antes las castigaban con no ir a clases de baile, pero ahora llegan a recurrir a ellos para que las aconsejen ante un problema, debido a la confianza que les generan. 

En Enjoy hablan “a calzón quitado” de diversidad sexual, porque ellos prefieren tocar el tema en un espacio seguro para todas y no que ellas exploren por sí mismas y pongan en riesgo su integridad. Es un espacio en el que no se juzga y tampoco se influencia. Más bien, se enseña a ser responsable con las decisiones que se toman. Dicen que la danza es diversa y que eso se refleja en el colectivo. 

Cuando se les pregunta por qué la mayoría son niñas, Daniel y Juan contestan que se debe a que culturalmente ha sido muy rechazado que los hombres participen en este tipo de escenarios, en los que se mueve las caderas y se expresan sentimientos a través del baile. “A los hombres siempre se les dio la idea de que la danza es para las mujeres”, responden con seguridad, pero dejan claro las puertas siempre están abiertas para todos.

En Enjoy hay más de cincuenta integrantes y están en proceso de lanzar una marca de ropa que les posibilite ser sostenibles financieramente. Por lo pronto, no paran de bailar y aprender en La Guarida, nombre de la casa sede que pagan con un aporte mensual de siete mil pesos de cada miembro del grupo y que comparten con otra organización comunitaria llamada Warmi Pacha. 

Juan y Daniel aman lo que hacen y se han esforzado “con las uñas” por conservarlo desde 2018. Se sienten orgullosos de tener un espacio para bailar sin ataduras y su mayor motivación son las sonrisas y la confianza de las chicas. Lo que empezó como un parche, hoy es un sueño que piensan materializar de la mano de todas y todos aquellos que quieran vincularse desde el amor, las risas, el baile y la comprensión del otro. 

Conoce más del colectivo y sus procesos en su cuenta de Instagram @enjoydancingmed. También, puedes estar al pendiente del lanzamiento de su marca en @tobe.enjoy.

Hebras de hilo y obras de arte

Puntada tras puntada se le da forma a un proyecto que emana tranquilidad; un espacio donde todos, todas y todes son bienvenidos a crear sin límites con aguja en mano. Su nombre es Los Que Bordan, un colectivo artístico que nace en febrero de 2022 y se ha convertido en un espacio de aprendizaje colaborativo, donde los hilos se transforman en obras de arte y canales de expresión. 

Miguel Pérez, Michell Manzanares y Jonatan Osorio son quienes dirigen las actividades, demostrando que las técnicas de expresión artísticas no distinguen de género. Los tres coinciden en que rodearse de arte les ha posibilitado reconocer masculinidades distintas, que permiten la sensibilidad y la disrupción. 

Michell aprendió a bordar desde que estaba en el colegio. Siempre ha sido un apasionado del dibujo que desde hace aproximadamente cinco años quiso jugar con colores y agujas; llevando sus trazos a la tela, retomando esa técnica escolar y experimentando con otras puntadas. Por su parte, Miguel empezó en los días de pandemia, cuando la monotonía lo tenía al borde del colapso. Tras encontrar un curso gratuito en línea, decidió darle una segunda oportunidad al bordado, esa técnica que en algún momento intentó aprender, pero para la cual no tuvo la paciencia suficiente. Cogió sus materiales y, contando con el tiempo que le garantizaba el encierro, pudo hallar en esta práctica la calma que había perdido al no poder salir. Por último, el encuentro de Jonatan con las agujas, los tambores de madera, los hilos y las telas se dio en el mismo colectivo. Su psicóloga le había sugerido empezar con alguna actividad que disfrutara, lo cual fue el impulso para aprender algo que siempre le había llamado la atención. Fue al primer parche lleno de emoción y, sobre todo, de nervios, los cuales se disiparon al darse cuenta que estaba en un entorno acogedor donde podía sentirse tranquilo.

El grupo surgió porque Michell y Miguel, junto a otro amigo, Camilo Ruiz, siempre hacían planes para ir a bordar y a conversar, pero eran de esos planes que nunca se concretaban. Cuando por fin se reunieron se les ocurrió hacer un parche itinerante en el que prestaran los materiales e invitaran a la gente. En principio, asistieron conocidos y amigos, a compartir y a aprender; hasta que el proyecto empezó a ser reconocido en redes sociales y sus actividades se llenaron de caras nuevas.  Actualmente, proponen sus parches y talleres en su cuenta de Instagram @losquebordan, ofreciendo modalidad de préstamo de materiales en los primeros y materiales incluidos en los segundos. 

Tras cada puntada hay una resignificación de la masculinidad, que se evidencia al transitar libremente por prácticas que históricamente han sido asociadas a lo femenino, rompiendo con los roles de género que encasillan el arte. Y además de la propuesta por superar dichos moldes, también hay de fondo una posibilidad para descubrir el valor del trabajo artístico manual y comprender el bordado como un ejercicio terapéutico. Por eso, llegar a sus espacios es entregarse a un proceso lleno de concentración, aprendizajes, relajación y buenas conversaciones entre hilos cargados de colores y creatividad.  

Defender la vida y el amor

Harley Córdoba se distingue por la claridad de sus ideas, por la capacidad para compartir con otros y por la defensa de la vida y el amor a toda costa. Hoy por hoy, es codirector de la Alianza Social LGBTI de Antioquia, desde donde levanta las banderas de la lucha por las libertades de las diversidades sexuales y de género.

Si le preguntan, es hombre gay cisgénero, pero aclara que para la transformación de los imaginarios sociales en torno a la población diversa es complejo el uso de palabras tan técnicas o académicas. Prefiere un lenguaje más sencillo para seguir apostándole a la transformación, un lenguaje que “pueda entender la abuela de 80 años, el de la obra, el ingeniero”; por lo que no le molesta la palabra “marica” y la emplea con orgullo para referirse a sí mismo y a sus amigos.

Empezó su proceso social en el 2011, cuando tenía 14 años, edad en la que podía vincularse al Presupuesto Participativo de la comuna 13, San Javier, donde comenzó su lucha. Entre los muchos componentes de desarrollo para la comuna, estaba el LGBTI; pero nadie se había interesado en este. “Me cuestioné y dije: ‘yo soy marica, yo debería estar luchando en el comité LGBTI de la comuna 13’”, cuenta Harley. Así que consolidó un proyecto con espacios de diálogo, concertación y salidas recreativas, el cual quedó elegido por votación.

En 2013, en una de esas salidas, hubo alrededor de 40 personas de la población diversa que entre conversación, baile y fiesta se propusieron crear una mesa LGBTI para su comuna. Dicho año, nació Tejiendo Diversidad, que desde entonces genera procesos comunitarios, culturales y sociales para erradicar la discriminación.

Así como en San Javier, los procesos LGBTI se fortalecían en la ciudad. Por eso, en 2014, luego de una problemática de los antiguos organizadores de la marcha del Orgullo en Medellín, se juntaron distintos activistas territoriales. “Nos reunimos las maricas de diferentes comunas y dijimos: ‘¿y por qué no hacemos la marcha nosotras? La marcha debe ser de las maricas de los barrios. Ni de las empresas, ni de las discotecas, ni del comercio. Debe ser de las maricas populares’”, relata Harley rememorando las primeras reuniones que dieron surgimiento a la Alianza Social LGBTI de Antioquia y, con esta, a una agenda de transformación diversa para la ciudad.

Harley, que en su momento fue el único interesado en empoderar las existencias y los sentires LGBTI en la comuna 13, hoy sigue defendiendo la causa junto a muchas más voces que luchan para que el amor se siga vistiendo de colores. Y aunque dice que erradicar la discriminación es algo utópico, cree que seguir convirtiendo la violencia en diálogo es la posibilidad de acercarnos a una sociedad que abrace sus diversidades.

Seguir sembrando

¿Qué se necesita para recobrar la esperanza en el territorio? Delio Álvarez, líder comunitario de la vereda la Loma en el corregimiento San Cristóbal, ha demostrado que lo principal es el carisma, la honestidad y las ganas de resurgir en medio de la adversidad. Este hombre de “cincuenta y pico de años” vive enamorado de la ruralidad y de la gente del sector Bellavista parte baja, más conocido como El Cañón, donde ha vivido toda su vida.

Durante muchos años trabajó en electricidad y construcción, hasta que una bala perdida de la Operación Orión, una acción militar urbana llevada a cabo en la comuna 13 en el 2002, impactó en una de sus piernas mientras estaba sentado en la puerta de su casa. Después de quedar en situación de discapacidad no pudo volver a conseguir trabajo, por lo que se dedicó a la labor comunitaria.

Vive fascinado con ese lugar que lo vio nacer, la tierra de sus abuelos y sus padres. Por eso, en la época en que muchas personas de la vereda tuvieron que irse desplazadas debido al conflicto entre “los combos”, él se negó porque tenía una vaca que estaba a punto de parir y no iba a abandonar el lugar donde sus padres “levantaron su casa con tanto sacrificio y con tanto amor”.

Aunque desde la Junta de Acción Comunal ha trabajado en proyectos de salud y deporte, su pasión son las huertas. Por tal motivo, cada que alguien lo invita a sembrar responde con un “sí” de inmediato. Para él, dedicarse a ello es honrar a sus predecesores, todos trabajadores de la tierra. “Nosotros venimos de descendencia campesina y estas tradiciones son hereditarias. No las puede olvidar uno. Si yo me muero mañana, sé que cualquier sobrino que yo tenga acá va a continuar con la huerta”, manifiesta mientras mira la ciudad desde el patio de su “ranchito”, como él lo llama. Y a pesar de que nota el desinterés de los más jóvenes en lo relacionado con el campo, su idea es continuar con el legado hasta donde pueda.

Lo que más le gusta de la vereda es la tranquilidad, la pureza del aire y que el único sonido que se escucha es el de los pájaros. Dice que a pesar de que tiene que hacer muchas vueltas en el centro de Medellín, va de entrada por salida porque no le gusta el ruido.

Para Delio, que recibe el nombre de su abuelo materno, la cultura de La Loma le ha permitido a su gente, a su gran familia, no enfrascarse en el pasado doloroso y volver a creer en el territorio. Por eso, su historia es la de alguien que sueña con seguir sembrando hortalizas, pero también solidaridad y oportunidades en su entorno. 

Jesús Ríos: LA VIDA EN TORNO A UN TORNO

En su discurso, repite con frecuencia la importancia de los 4 elementos: aire, tierra, fuego y agua. “Si faltara uno sólo, el hombre dejaría de existir. El arte de la cerámica necesita de ellos. De la tierra tomamos el barro, con el agua se moldea, el aire debe extraerse en su totalidad amasando el barro en el torno para que, cuando la pieza sea llevada al fuego, no se quiebre”. 

Es Jesús Ríos, “Chucho”, como le gusta que le llamen, uno de los pocos artesanos que conserva la tradición alfarera en Caldas, oficio al que lleva dedicado más de 50 años. Es un hombre de puertas abiertas: afable, conversador, encantador. 

Chucho viene de una familia de artistas, y desde niño sintió el llamado del ritmo. “Yo gozaba mucho cuando mi abuela, la mamá de mi mamá, que vivía con nosotros, compraba cualquier cuadrito, normalmente de un santo, y entonces lo dibujaba, igual que los superhéroes de unos periódicos que traía mi papá, y se los mostraba a toda visita que llegará a la casa”. 

Su papá trabajaba en Locería Colombiana, y Chucho se sumó a la empresa. Su primer cargo fue como barrendero y fue escalando hasta llegar a ayudante de forjador. Siguiendo el consejo de un gran amigo decidió estudiar Artes Plásticas en el Instituto de Bellas Artes, donde aprendió el oficio ceramista y terminó por convertirse en el líder del centro de enseñanza de cerámica de la empresa. Hoy en día sigue siendo docente, pero enseña en su propio taller, espacio que considera el centro de su vida. 

Amigo inseparable de su torno, que también se llama Chucho y lo ha acompañado durante muchos años. “La gente me ve trabajando en el torno, dándole vueltas, dice “cómo se cansará”, pero no, uno no se cansa, se cansa más fácil el espectador que uno”. Lo usa para todo: la preparación del barro hasta su punto óptimo para comenzar a ser modelado, el diseño manual de las piezas, pintar los platos una vez estén secos. Le da vueltas y posa el pincel mojado sobre el plato para humedecerlo un poco, ya con color crea un fondo a medida que el plato sigue girando, y después da rienda suelta a su  creatividad pintando formas y paisajes sobre su lienzo de barro.

Antonio y la mazamorra guitarreada

Íbamos caminando por los senderos de Serranías, en la vereda La Herrerita para llegar a la garrucha, cuando nos encontramos un letrero que decía: Casa de la Mazamorra. Era una casa con mesas exteriores, bastante bonita, llena de suculentas, perritos y flores. Entonces pensamos que acabando de recorrer unos cuantos kilómetros, nos vendría bien una media mañana de tipo: mazamorra…

Al entrar nos recibieron muy amablemente, nos dieron asiento y nos sirvieron una mazamorra en taza hasta el borde, acompañada con panela rayada. No pasaron ni cinco minutos cuchareando y salió a saludarnos Antonio Ruíz, el dueño, junto a su esposa y dos hijas. Llegó con sus botas de caucho puestas y sus uñas llenas de tierra porque estaba haciendo labores de huerta, pero no quiso dejar pasar el momento de presentarse a través de sus canciones (tal vez, también, como una excusa para entretenerse un poquito). Tomó una guitarra, y empezó:

 Bienvenidos a mi pueblo, un rincón de tu patria.

Y si eres extranjero, te sentirás en tu casa.

Hay lugares de diversión, por diferentes veredas:  

El charco corazón, el teleférico y las trucheras…

Un pueblo por excelencia agradable y acogedor,

Cuando vuelvan de regreso a su pueblo o ciudad,

 Llevan un grato recuerdo y de Jardín no se olvidarán.

Antonio ha vivido en Jardín toda su vida dedicándose al campo y a la venta de leche, y en sus ratos libres, el tiempo que más disfruta,  toca guitarra y hace canciones… Con Jardín mantiene un amor que le brota por la voz y por los dedos, ha compuesto alrededor de 30 sencillos sobre su pueblo.

Hace unas décadas él, su mujer e hijas, que siempre han cocinado mazamorra pilada, en fogón de leña, digna de medalla, iniciaron un emprendimiento con la mixtura de sus talentos, la cocina y la guitarra, para seguir unidos en el hogar de su tierra amada y hacer lo que más disfrutan: hacer sentir en casa a sus visitas.