Un pueblo patrimonio, tertualiador, colorido y exquisito

A esta tierra la habitaron primero los Docatoes: indígenas Emberá Chamí y Caramanta que se ubicaron en el río Docató, para nosotros el río San Juan. A ellos les debemos una tradición de color, magia y cuidado por la naturaleza que ha invadido todo el espíritu de nuestros territorios. Muy cerca al casco municipal, aún hoy queda un resguardo Emberá, llamado Karmatarua, al que puedes ir a conocer con agenda previa, tener contacto con su acervo ancestral y llevarte algunas de sus artesanías.  

En 1860 llegaron los primeros blancos Indalecio Peláez y su esposa Clara Echeverri, cuando vieron esta tierra desde el Alto de las Flores, un cerro al sur y otro al norte (donde están ahora los dos Cristos), vieron los sietecueros, los yarumos blancos, los riachuelos adornados con rosas y exclamaron: «¡Esto es un Jardín!» .  La pareja empezó a construir su primera hacienda, ubicada donde hoy está el Hotel Balandú de Comfenalco, muy reconocido en el pueblo por hospedar a grandes celebridades. También llegó el Padre José María Gómez Ángel y el General Tomás Cipriano de Mosquera, escapando de la persecución política de la época… les gustó tanto esta zona que de refugiados pasaron a ser fundadores.

Tres años más tarde, a base de tinto y tertulia, se creó la junta de fundadores conformada por los personajes anteriores y el padre Nepomuceno Giraldo. Hicieron cuidadosamente los planos del pueblo, construyeron caminos de herradura, dividieron los solares, trazaron milimétricamente las calles y esquinas en cuadrícula española… 

Solo faltaba un detalle importantísimo para Nepomuceno: la iglesia.  Entonces Nepomuceno le preguntó a la junta si en el plan estaba reformar el templo, que en ese momento era una choza del caserío. La junta le dijo que no, aún eran muy pocos habitantes y no necesitaban algo grande y desproporcionado… Nepomuceno no quedó muy feliz y pensó una manera de iniciar, como fueran, la construcción de la iglesia. Se inventó que había encontrado una mina y que con ese dinero, él solito la iba a construir. Al poco tiempo, como profecía, encontraron una mina, pero no de oro, ni de ningún mineral precioso, era una cantera de piedra, en el sector de las Peñas: ese sería el material de la construcción de su basílica. 

Nepomuceno, terco y con su plan en mente, viajó a Medellín y contrató a Giovanni Buscaglione un italiano que estaba por esos días allá y a quien le pidió que lo ayudará a construir el templo. Sin embargo, la junta sabía que Nepomuceno no tendría cómo pagarle y alertó al italiano. El padre se sinceró y le dijo que si a final de semana no le entregaba su salario, le pagaría con su propia mula… El italiano aceptó la garantía y antes de finalizar la semana llegó un hombre muy adinerado, y sin que el padre se lo pidiera, pagó todo el salario del Italiano. A Nepomuceno, por providencia divina, se le fueron dando las cosas, y se dice que la iglesia la construyó a base de pecados, pues él, al confesar, ponía de penitencia traer piedras de la mina (el número de piedras dependía de la cantidad y calidad de los pecados)… Luego la Basílica de la Inmaculada Concepción, de estilo semi-gótico, construida en piedra, con enchapes de oro y mármol de carrara italiano, sería considerada la más hermosa de Antioquia, y el Parque Principal un Monumento Nacional.

Jardín es uno de los 17 pueblos patrimonio de Colombia y sigue siendo tal como se lo imaginó Nepomuceno y sus primeros pobladores con obstinación, orden, amor y detalle. La arquitectura colonial, los balcones coloridos y las fachadas adornadas con macetas de flores se conservan hace 140 años… No solo la arquitectura se conserva, también el civismo, la apreciación de la estética y la tradición de la tertulia, todo en una vibra muy europea que ha permeado culturalmente a los jardineños en el disfrute de los sanos placeres, y claro,  una rica y diversa apuesta gastronómica:  hay un café Europa, un café Francés y varios restaurantes italianos. 

También para orgullo cultural, Jardín fue hogar del famoso Manuel Mejía Vallejo quien escribió La Casa de las dos Palmas inspirado en la primera hacienda de Jardín, es sede de un festival de cine independiente, tiene un teatro municipal, la Casa de la Cultura César Moises Rojas Pelaez que resume la historia del municipio, y  la Casa Tomada: el hogar actual de la Corporación Cultural de Jardín que tiene una agenda de veladas literarias, conciertos, obras de teatro, shows de baile y  conversatorios. 

Como curiosidad les contamos que los jardineños han logrado ponerle color hasta a los taburetes y han consolidado en ellos un sentado particular que debería ser institucionalizado. Consiste en reclinar el taburete en sus dos patas traseras para así conversar alrededor de un tinto, contemplar el paso de la vida, apreciar las montañas que los rodean, desespinar una trucha (uno de sus característicos platos), leer un periódico o hacerse parte de  los coloquios de cine o literatura.
El amor a la belleza y la exuberancia que sienten los habitantes de Jardín por sus paisajes, en el que habita el copetudo gallito de roca, la passiflora jardinensis y el gallinazo jardinense -endémicos de Jardín-, se nota incluso en la manera en que nombran sus escenarios verdes: Cascada del Amor, Charco Corazón, Cueva del Esplendor. A esos escenarios los integran otras rutas para dejarse amar por la naturaleza como la de la Cascada La Escalera, el Salto del Ángel y el Santuario de los Guacharos.

Generosidad convertida en tradición, cultura y naturaleza

Una fortaleza de montañas esconde uno de los pueblos más bonitos de Antioquia: Jericó. Protegido como la ciudad bíblica por una muralla, pero en este caso verde y boscosa; una tierra prometida estratégicamente ubicada que puede ver desde lo alto sin siquiera ser encontrada. A esta postal viviente se puede llegar por diferentes rutas, pero en todas se iniciará un largo ascenso rodeado de manadas de vacas, cafetales, flores de todos los colores, casitas como sacadas de una historia de hace dos siglos, aventureros que vuelan por los cielos en parapente y la presencia constante del imponente río Cauca cuyo cauce se divisa desde las alturas.  

Jericó tiene de palestino, lo mismo que de griego. A esta zona también se le conoce como la Atenas del Suroeste, por su desarrollo cultural, arqueológico, político, económico y cívico. Pasó por ser Departamento de la Nación en 1908, tener billete y banco propio y ser el segundo municipio en el país en suministrar luz eléctrica. 

Pero más allá de los hitos administrativos, esta Atenas está inspirada en la libertad, el arte y el conocimiento.  En Jericó hay 6 museos para 12 mil habitantes (entre ellos el museo Casa Natal de Laura Montoya, la única santa colombiana dedicada a trabaja con comunidades indígenas, el Museo de Arte Religioso ubicado bajo la catedral, y el Museo de Antropología y Arte MAJA para la conservación, pedagogía, investigación y exhibición de las diversas manifestaciones de la cultura, el arte y la memoria. Le llaman también: “el ágora de Jericó”, uno de los más importantes del país). En sus tierras han vivido varios poetas, artistas, escritores y estudiosos como Héctor Abad Gómez, Hector Abad Faciolince, Francisco Luis Lema, Manuel Mejía Vallejo, Jesusita Vallejo, José Restrepo Jaramillo, Francisco Hugo Martínez Escobar, Faustina Alzate Garcés, Dolly Mejía, Raúl Correa Ramírez, Oliva Sossa de Jaramillo y Darío Lemos. Tiene una calle de “Los Poetas” y también es sede del Hay Festival, una celebración alrededor de las conversaciones y la palabra, uno de los eventos que sobresale de su diversa agenda cultural y artística en la que hay también espacio para el Festival de la Cometa y la Dulzura, las Fiestas Patronales y la Semana de la Cultura que se realiza una vez al año. 

Los primeros españoles expedicionarios que llegaron hasta aquí decidieron no permanecer, porque les resultó muy difícil adentrarse en su selva y aún así no encontrar oro. Lo que les permitió durante varias épocas a los indígenas Quimbaya y Emberá habitar sin vecinos. De ellos conservamos algunos vestigios en el MAJA. Jericó, entonces, vendría a ser  fundado después en 1845 por Don Santiago Santamaría y Bermúdez de Castro, que decidieron establecerse y colonizar. A su paso, llegaron también muchos judíos acaudalados, que invirtieron por allí y le han regalado a los jericoanos un patrimonio genético que ha marcado su idiosincracia comerciante, andariega, religiosa e intelectual. Esto por ejemplo se menciona en el libro La Oculta, de Hector Abad Faciolince. 

Jericó es uno de los 17 pueblos patrimonio de Antioquia, y al llegar a su plaza principal  uno sabe por qué. En todas las direcciones se extienden construcciones de estilo colonial y republicano, iglesias, parques y casas de todos los colores, sus fachadas tienen ventanas hermosas, puertas y balcones a la usanza de otros tiempos; las adornan los besitos, los novios, los pensamientos, los pescaditos, ceibas enormes y un sinfín de plantas, que despliegan toda la belleza de sus flores, esto gracias a un clima privilegiado, que abarca 3 pisos térmicos y que da para la agricultura (con productos como el cardamomo, el aguacate, la gulupa y el café), la ganadería y hasta un paseo por Las Nubes, como se llama el ecoparque del pueblo, una de las caminatas por bosques de niebla recomendadas para quienes prefieren el contacto con la naturaleza que ha sido bien generosa con Jericó   y Jericó con ella, al haber sido catalogado como Municipio Verde de Colombia, representando su compromiso con el desarrollo sostenible, la conservación ambiental y la reducción los impactos sobre el entorno.  

Conservar el patrimonio material e inmaterial y a los personajes de esta tierra es una de las banderas de Jericó, que tiene oficios que se mantienen hace más de un siglo, como el arte de la guarnielería, es decir el arte de elaborar los carrieles o guarnieles como prefieren llamarlos aquí, debido a que el carriel es una modificación del «carry all» en inglés, y el guarniel es por la máquina guarnecedora con la que se cose el cuero y sus 12 bolsillos… Guarniel o carriel, este producto patrimonio nacional, que cargó durante años los recordatorios de tantas hazañas y aventuras de arrieros que caminaron por esta zona antes que nosotros y que la soñaron hermosa y sorprendente como es hasta hoy, hacen parte de una tradición que se conserva en cabeza de los Agudelo, la familia que confecciona guarnieles hace 4 generaciones.

Y por si fuera poco, hay otro bolsillo para tener donde guardar tantas historias y detalles sorprendentes de este pueblo de vocación literaria, es el bolsillo culinario en el que se guardan las recetas jericoanas que sí que son un poema y andan regadas por todo el pueblo. En Jericó se come rico, especialmente postres. Por todo el municipio hay restaurantes bohemios y cafeterías con más de 35 marcas propias de café registradas, que valen la pena visitar. Sus delicias imperdibles son el Postre Jericoano, compuesto de 7 capas de frutos añejados, la Luisa Jericoana, una galleta deliciosa hecha en horno de leña, y toda la variedad de dulces hechos con cardamomo, otro producto estrella… El plato insignia de Jericó es el lomo jericoano: lomo de cerdo con aguacate, salsa de gulupa y cardamomo, ingredientes que se cultivan y producen allá. 

El paraíso escondido

Lo emocionante de poder entrar al “paraíso” es que no es una meta sencilla, requiere determinación, voluntad y una capacidad que solo tienen algunos: maravillarse con el todo. A Urrao lo nombraron el “paraíso escondido”, escondido no solo porque es uno de los municipios más lejanos del suroeste, también porque muchos años de guerra nos distanciaron de visitar sus hermosos paisajes y recorrer su potencial étnico, cultural y sobre todo: natural. 

Volviendo al asunto del paraíso. Llegar a Urrao se siente como llegar al cielo: nos recibe un paisaje de montañas abrazadas por las nubes y atravesadas por las curvas perfectamente delineadas del río Penderisco al que llaman “La firma de Dios en la tierra” (se ve espectacular desde el Cerro El Pesetas: uno de los cerros más cercanos al casco urbano) … y si el río es la firma, el Páramo del Sol, con 4080 msnm sería el canal de conexión con el edén, porque es la montaña que más cerquita lo puede tener. 

Inmediatamente después de llegar al paraíso y observar el paisaje verde y curvilíneo, la imagen siguiente es la de las cientas palomas del parque principal que son vecinas de la iglesia y de la escultura del Cacique Toné, el gran libertador y rebelde indígena Embera que se enfrentó a la artillería militar de los colonizadores españoles con pura astucia y estrategia. Es uno de los precursores de la libertad de América, desde una concepción ideológica y política que defendía  la vida, la naturaleza y la soberanía. En el municipio hay una semana de junio dedicada a recordarlo y festejarlo… Fueron los emberas de la comunidad del Cacique, quienes nombraron a Urrao como  Xundabé, en su lengua significa: Refugio de palomas. Aún hoy habitan en el territorio 3 resguardos indígenas de los Embera Dobida y Eyabida: Majoré, Andabú y Valle de Perdidas.

Para visitar Urrao hay que liberar tiempo en la agenda y viajar sin premura.  Urrao queda a 131,3 km de Medellín (que pueden ser cruzados en avión) y es el municipio con mayor extensión de Antioquia con 2.556 km2. Casi roza al Chocó y tiene todos los pisos térmicos desde los 100 msnm hasta los 4080 msnm con el Páramo del Sol, uno de los más altos y con más riqueza hídrica a nivel mundial, para visitarlo se necesitan al menos 3 días.  Lo circunda una reserva forestal de 166.000 hectáreas de bosque natural, en donde se encuentran especies de orquídeas únicas y animales como el oso de anteojos,  monos aulladores, marimondas chocoanas, nutrias, guaguas, tigrillos, aves como el colibrí del sol y la mayor variedad de ranas en el mundo. 

A la flora y fauna se le suma la vocación agrícola y tradicionalmente heredada de los habitantes del municipio, los cultivos de granadilla y gulupa, el café Chiroso que es denominación de origen, el aguacate en su versión paleta, jugo y limonada, y el queso dulce y quemado, una receta típicamente urraeña que solo conservan 7 familias. 
Urrao es tierra de expedicionarios: indígenas, sembradores y arrieros que se enfrentaron a una geografía lejana y diversa para poder instalarse en el paraíso escondido donde viven las almas de los que encuentran gozo en la manifestación de la abundancia de la naturaleza.

Tierra de rocas que hablan

En rocas, hace más de 7 mil años, los indígenas Quimbayas y Cartama grabaron el arte con el que entendían el mundo a través de petroglifos ​​que hacen parte de nuestro patrimonio arqueológico. Así mismo, con rocas, hace 500 años, los indígenas Chamíes, construyeron caminos prehispánicos para andar por las montañas descalzos, uno de estos caminos se transita todavía para subir el primer tramo a la cima del singular cono cerro de esta zona: el Cristo Rey. También las rocas, ellas solas, rodaron y se ubicaron una encima de otra, formando cuevas, en las cuevas se metieron ríos y surgieron los organales,  en Támesis está el más grande de todo el país…   A las rocas, en todas estas formas ancestrales se les puede conocer en esta tierra.

Para ubicarnos, Támesis con vista a los Farallones del Citara, está al extremo rocoso de un valle que inhala y exhala. La bruma sube durante el día hasta llegar por encima del Cerro Cristo Rey y baja de nuevo para comenzar el ciclo que enfría y calienta a los tamesinos.  Un respiro de tierra que se oxigena en lo bajo con el río Cartama y se concreta en sus altas cascadas, como La Peinada que se ve desde el parque principal.  Por allí hay varios ríos, cascadas y quebradas cristalinas que descienden por estas rocas y le permiten a esta región abastecerse con sus propias fuentes hídricas y eléctricas. 

En 1858 Rafaela Gómez Trujillo y su esposo Pedro Orozco Ocampo, junto a sus hermanos colonizaron esta zona, a ella le hizo gracia nombrarla San Antonio de Támesis, por el santo de su devoción y por el río que le recordaba sus tiempos en Londrés. Los nuevos pobladores trabajaron esta tierra bendecida con frutos, plantas y flores, cosechando grandes cultivos de cítricos, caña, café y muchísimo cacao; al que le hacen fiesta cada dos años.  Y con todos esos frutos y plantas, las familias tamesinas empezaron a inventar recetas dulces, que se conservan de generación a generación, por ejemplo, las colaciones, palitos de anís, gaucho, bombones de panela, chocolates y confites de café. 

Así como con el agua, la energía y la producción agrícola, los minerales de estos suelos de roca les permiten a los habitantes de Támesis tenerlo todo. Es un municipio sustentable, al que la naturaleza da sin queja, es por eso que el tamesino aprendió que la forma de agradecer y respetar su territorio era uniéndose y defendiendolo. Támesis tiene uno de los movimientos antimineros más fuertes de todo Antioquia, tiene televisión, radio y prensa comunitaria e independiente donde se comparte sin sesgo lo que sucede y permite el acceso a internet, telefonía y medios a la ruralidad. Tiene una Casa de la Salud u hospital con una innovadora filosofía: cuidar de la salud y no del enfermo. Tiene su Casa Cultural que promueve la expresión y el arte, un Museo Arqueológico que conserva la memoria del municipio, trovadores reconocidos nacionalmente por sus trovas que a veces tienen tintes políticos, y un Centro de Emprendimiento Rural de una asociación de campesinos emprendedores que crean productos únicos agroecológicos. 
Támesis  es La Tierra del Siempre Volver porque hay que aventurarse a vivirla varias veces, es un territorio ancestral con grandes riquezas ambientales y una amalgama de juntanzas que le han permitido hasta a las rocas, tener una voz propia.

MARINILLA: LA ESPARTA COLOMBIANA, TIERRA QUE RIMA CON SABOR Y RELIGIÓN

“El parque de Marinilla huele a manzanilla”, reza un dicho popular sin autor conocido. Y aquí el hilo que empieza a tejer esta historia: las rimas que no se pueden pasar por alto en un territorio famoso por la producción de guitarras y donde una de sus manifestaciones culturales predominantes es la trova, un arte excepcional, improvisado y pleno de exageraciones, representado por la premiada Escuela de Trova del municipio. 

En Marinilla se destaca su tradición gastronómica, un municipio que no puede entenderse sin sus famosos merengones y los productos de maíz capio, un tipo de maíz blanco cada vez más escaso y en desuso que representa la tradición prehispánica y la adopción de los modos indígenas por parte de los primeros pobladores europeos. El maíz capio  se convirtió en el insumo básico para las jornadas de arriería y en el alimento principal de los habitantes del casco urbano en Semana Santa, hoy representados en preparaciones conocidas por todos como la teja (una especie de arepa grande y crujiente), la estaca (envuelto de masa de maíz en hoja de bijao), el buñuelo de maíz, las arepas y otros tipos de panificaciones. 

Tampoco podemos olvidarnos de su carácter religioso, ámbito en el que destaca el arte escultural del Maestro Alberto Soto y su colección de pesebres, la Semana Mayor, una de las más tradicionales del país y el emblemático Museo del Cristo, las Cruces y los Crucifijos, una colección – la más grande del mundo – reunida por el político Roberto Hoyos Castaño, que alberga más de 2.500 piezas pertenecientes a más de 50 países de los 5 continentes. 

Territorio de gran importancia histórica, es conocida como La Esparta Colombiana. Durante la época de independencia fue uno de los cuatro cabildos que daría como resultado la proclama del Estado de Antioquia, y a pesar de ser el cabildo más pequeño fue el que más hombres, pensadores y recursos aportó. Dentro de su historia, cabe resaltar el papel de las mujeres, siendo la más querida y recordada de todas Simona Duque de Alzate “La madre del ejército de Colombia”, famosa por su apoyo a la causa libertaria instando a sus siete hijos a unirse al ejército patriota, y pieza clave en las comunicaciones rebeldes del antiguo camino del Nare.

SANTA FE DE ANTIOQUIA: LA MADRE DEL PASADO Y EL PRESENTE

“Ciudad madre” y “cuna de la raza” son apelativos elocuentes para un municipio con reconocida importancia histórica y patrimonial. Santa Fé  de Antioquia fundada por el Mariscal Jorge Robledo en 1541, fue la capital del departamento hasta el año 1826. No es fortuito que hoy sea uno de los 18 municipios que hacen parte de la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia, y que su centro histórico haya sido declarado Bien de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura, la belleza de su arquitectura colonial en un espléndido estado de conservación, sus 7 iglesias, el Museo de Arte Religioso y el Museo Juan del Corral, sus hermosas plazas ajardinadas y sus calles adoquinadas dan cuenta de ello. Pero si de hitos patrimoniales se trata, el más importante es sin duda el Puente de Occidente, construido por el ingeniero José Maria Villa, que hermana al municipio con Olaya, vecino al otro lado del río Cauca.

Quizás, es su faceta contemporánea, su transformación más reciente, la que se conoce un poco menos. Hoy en día es posible disfrutar de un gran número de emprendimientos que han convertido elegantes casonas antiguas en hoteles boutique y cafés, bares y restaurantes tan bellos como innovadores que han traído un soplo de aire fresco al municipio. 

Sus oficios tradicionales permanecen en el tiempo. El más popular, la filigrana, llegó con la colonización española a Mompox y a este municipio que hoy cuenta con más de 7 talleres, además de la Asociación de Filigrana. Este arte es una técnica orfebre en la que se diseña joyería artesanal rellenando con finísimos hilos de metal formas huecas o figuras previamente elaboradas. A pesar del alto costo del oro, sigue siendo el metal más usado por los artesanos. Esto nos conecta con otro oficio emblemático: el barequeo, la extracción artesanal de oro en el Río Cauca que sirve de insumo a los talleres de filigrana. 

Son también famosos sus frutos exóticos, en especial el tamarindo, transformado en preparaciones diversas como la pulpa y los jugos. También encontramos otros frutos como el bienmesabe y el icaco, que pintan de color los árboles del centro histórico, y se utilizan en algunos restaurantes como insumos para la cocina.Los restaurantes y locales de Santa Fé de Antioquia comparten algo en su decoración, paredes llenas de máscaras nos hablan de la celebración más importante: la Fiesta de los Diablitos, realizada la última semana del año. Cuenta la historia que a los esclavos se les daba un solo día de descanso al año, normalmente el 28 de diciembre, en esta fecha se reunían y organizaban un festín patrocinado por su propietario, se disfrazaban como sus amos con largas capas, trajes coloridos y máscaras con hermosos rostros pulidos, luego danzaban, cantaban y recitaban versos. Las fiestas tomaron este nombre de las “diabluras” que les eran permitidas durante las mismas, y la tradición de las máscaras artesanales elaboradas con la expresión del diablito picaresco y juguetón se mantiene a día de hoy en Santa Fé de Antioquia.

San Pedro de los Milagros: UN PILAR EN MEDIO DE VERDES PRADERAS

Si hubiese que elegir una sola imagen para representar San Pedro de los Milagros, sin duda sería su Basílica, aunque haya mucho más por descubrir. Esta edificación majestuosa posa desde 1895, año en que finaliza su construcción. Segura del lugar que ocupa: es el centro de todo. En su interior yace El Señor de los Milagros desde 1774, la más perfecta réplica conocida de La Pietá, obra de Miguel Ángel, y hermosas pinturas religiosas plasmadas en los techos de las tres naves que recrean la vida y muerte de Jesús. Estas últimas, de enorme belleza, son toda una particularidad: obras en su mayoría del artista sampedreño Juan Múnera Ochoa, son diferentes representaciones bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento, para las cuales utilizó como modelos a personajes de la vida cotidiana de San Pedro.

El Señor de los Milagros, según cuenta la historia, estaba destinado a quedarse allí: un día de junio de 1774 llegaron dos viajeros comerciantes de Cristos hechos en madera a imitación del Milagroso de Buga. Ofrecieron en venta a un mayordomo y al párroco de entonces la única imagen que les quedaba. El negocio no prosperó y los visitantes emprendieron el viaje de regreso. Ya a las afueras, el que llevaba la imagen comenzó a sentir que el peso aumentaba. Intentaron levantarla varias veces, pero no lo lograron. Decidieron regresar a San Pedro y entonces el peso regresó a la normalidad. En el pueblo lo tomaron como un milagro, pues la imagen manifestaba con ello su voluntad de permanecer allí. Se cerró así el negocio y la imagen entró en la pequeña Iglesia Parroquial para quedarse en San Pedro de los Milagros.. 

Al final, a uno le provoca sentarse en las escaleras de enfrente a digerir tanta belleza. Y entonces, sin salir todavía de un asombro, se entra en otro, el paisaje de fondo: verdes intensos, cipreses más oscuros, campos que los sostienen los árboles más claros y más brillantes presagian la presencia del ganado lechero y toda una vida en torno a este. No es raro escuchar a más de un sampedreño decir que ordeñar ha sido un rasgo común en la vida de los aquí nacidos, o que San Pedro huele a campo y que los campesinos aquí tienen un olor particular, reconocible: olor a leche. Y cuentan que aquí las vacas son más juiciosas que los niños, que hacen fila y la respetan cuando las van a ordeñar. 

San Pedro es el municipio más lechero de Antioquia, y esto genera un importante comercio de derivados lácteos, que son aquí los productos más característicos. Igualmente, como no hay región que se respete sin rivalidad, San Pedro tiene una de carácter gastronómico con Santa Rosa de Osos en torno al pandequeso: es lo mismo, dicen, sólo que aquí lleva el apellido “sampedreño”. Las Fiestas de la leche y sus derivados, las más importantes del municipio, celebradas anualmente entre los meses de junio y julio, son un reconocimiento al producto más importante de la región.

Santa Rosa: TRAS LAS IGLESIAS, EL HORIZONTE EN LLAMAS

Los apelativos son una buena forma para comenzar a desentrañar los secretos de un municipio. Santa Rosa tiene varios; el más fidedigno, quizás, es “Tierra de atardeceres”, a lo que nosotros añadiremos “atardeceres de fuego”. Damos fe de ello, y también sus habitantes, que a cada oportunidad lo mencionan y, para demostrar que no mienten, te muestran orgullosos el archivo fotográfico de su celular que da cuenta de ese amplio historial de puestas de sol retratadas. Así nos damos cuenta de que esa mezcla de amarillos y rojos rabiosos que hacen el amor en el horizonte para fecundar matices, a veces violetas, a veces naranjas, son indudablemente un punto de abrazo en el imaginario santarrosano. No es casualidad entonces que la festividad más emblemática del municipio lleve por nombre “Fiestas del Atardecer”. 

Igual que sus estructuras religiosas, Catedral Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Capilla del Señor de la Humildad, Capilla de la Sagrada Familia y Basílica Menor Nuestra Señora de las Misericordias, cuyas fachadas son apenas un esbozo de la exquisitez artística que albergan en su interior. Especialmente bello es el de la Sagrada Familia, apodada “La Sixtina”, lienzo sin un solo espacio en blanco que el Maestro Salvador Arango Botero, hijo predilecto del municipio, tardó 10 años en completar (1945-1955).

Santa Rosa es la cuna de personajes tan ilustres como Pedro Justo Berrío, Marco Tobón Mejía, Miguel Ángel Osorio Benítez, mejor conocido como Porfirio Barba Jacob, y el también poeta Darío Jaramillo Agudelo. Y, aunque no nació aquí, pero sí muy cerca, en Don Matías, otro indispensable de la historia reciente del municipio es Miguel Ángel Builes, que durante casi cuarenta y tres años gobernó la Diócesis de Santa Rosa. Personaje controvertido donde los haya, tuvo una postura y lucha acérrima frente a los gobiernos liberales del país y especialmente contra cualquier representación del comunismo. Hombre de firmes convicciones, su figura polémica despierta amores y odios; casi todos reconocen su enorme influencia en el territorio.  

Tierra en su mayoría fría y ganadera, punto clave en la famosa “Ruta de la leche”, el paisaje de tierra fría nos embelesa con una amplia variedad de verdes que se plasman sobre campos usualmente cubiertos de neblina, donde las vacas están siempre presente. Ellas aportan la materia prima para la creación de uno de los productos emblema del municipio, el pandequeso, que no podemos irnos sin probar.

CONCEPCIÓN: UN LUGAR QUE INVITA A LA IMAGINACIÓN

Concepción se define como la acción y efecto de concebir, que hace referencia a idear, crear ó fecundar, dar vida a. Como el nombre es, en todo caso, una invitación a dar rienda suelta a la imaginación, vamos a pensar que Concepción es una mesa de billar.  Todos sus elementos tienen una correspondencia: las bolas de colores son sus casas perfectamente pintadas y conservadas esparcidas sobre un tapete verde, el campo circundante que parece infinito; la forma rectangular de la mesa la representa el Parque Principal, epicentro del transcurrir de la vida diaria de sus habitantes, nombrado en honor a José María Córdova, hijo predilecto de Concepción que vivió aquí sólo hasta la edad de 3 años, pero dejó su nombre como legado perdurable en el devenir histórico del municipio; y sus hoyos, ubicados en los extremos, remiten a las tantas y tantas quebradas y charcos que encontramos en las inmediaciones cercanas del casco urbano. 

Lo primero que uno nota al poner los pies en tierra es la inmensa tranquilidad que se respira (si, la tranquilidad tiene tamaño), y la variedad de colores, la belleza de la decoración de sus casas y el inmaculado estado de conservación de las mismas. Esta tierra de solo 4800 habitantes presume de su carácter patrimonial, con sus estrechas y empedradas callejuelas llenas de historias, y su Iglesia de la Inmaculada Concepción, que además de su belleza se caracteriza por ser la protagonista de una anécdota muy divertida: el terreno donde se ubica era propiedad de Nepomucena Osorio, quien por su fe y devoción la escrituró a nombre de la “Cofradía de las Ánimas Benditas y Nuestro Amo” en 1860. Para el 2011 la iglesia requería obras de restauración y conservación, pero la propiedad del terreno complicó las cosas. La Parroquia tuvo que realizar una inusual demanda judicial a las ánimas y así contar con el derecho para intervenirla. La parroquia ganó el pleito y las ánimas se quedaron sin representación en el tribunal. 

Además de color, historia y patrimonio, Concepción es agua, mucha agua. Se intuye desde el momento en que uno se acerca por la sinuosa carretera entre montañas por la que se accede cuando se viaja desde Medellín. Durante todo el camino un riachuelo que se hace quebrada y luego río, acompañan al viajero y juegan con las curvas asfaltadas, todo hacía una misma dirección. Todo es verde, solo matizado por alguna que otra casita campesina florida y pintada de colores, abrebocas también de la explosión de tonalidades que aguardan en al casco urbano.

SONSÓN ES UNA POSTAL

En el segundo piso de una casona antigua ubicada en la parte alta de la Plaza de Ruiz y Zapata nace una postal llena de color y profundidad.  El balcón azul claro, engalanado con el rojo de las flores que lo acompañan, permite ver la niebla blanca que baja de las montañas, y una o varias chivas de colores parqueadas frente a una fachada amarilla y verde pastel conocida desde 1990 como “El Balcón más bonito de Antioquia”. 

Estamos contemplando una postal casi perenne desde una casa que lleva en pie desde 1880 y que hoy alberga el Hotel El Tesoro. De los elementos mencionados, el más sujeto a cambios es el color de las flores; los demás han sabido mantenerse en el tiempo. Sin embargo, no todos los íconos del paisaje urbano sonsoneño han tenido la misma suerte. La antigua Catedral de granito, considerada en su momento la más hermosa de Sudamérica, fue destruida en su totalidad por el terremoto del 30 de julio de 1962. Sobre sus ruinas se levantó, en un estilo más moderno y criticado por muchos, la Catedral de Nuestra Señora de Chiquinquirá

Sonsón es monumental: tiene 8 museos y es el único municipio antioqueño, junto a Medellín, que cuenta con una Red conformada desde la que se articulan. Todas estas colecciones y espacios de exhibición nos remiten a los oficios que han marcado la historia del municipio, algunos de ellos vinculados entre sí como la fragua, la talabartería y la arriería. Estos nos hablan de una tierra de emprendedores, comerciantes y viajeros. No es fortuito entonces que se le conozca como “la Meca de la antioqueñidad”, pues fue este el lugar de partida de la principal y más documentada colonización antioqueña. En los años del paso del siglo XIX al XX, Sonsón llegó a ser el segundo municipio en importancia en Antioquia. 

Es también esta la tierra que acogió al poeta Gregorio Gutiérrez González durante buena parte de su vida y lo inspiró a escribir, en 1866, su obra más célebre, “Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia”. El maíz, por cierto, fue tan tradicional que dio nombre a las fiestas más emblemáticas del municipio, celebradas todos los años en el mes de agosto. 

Pero Sonsón no sólo es gigante en su historia y dinámica patrimonial y cultural, sino también en extensión: tiene 8 corregimientos y 107 veredas, y es tan diverso que en un extremo tiene el páramo, en el otro el Magdalena Medio, y en su casco urbano, a casi 2.500 metros sobre el nivel del mar y 13 grados centígrados de promedio, a Yimalá, un grupo de bullerengue ganador de varios premios a nivel nacional. Por eso, de este rincón mágico al que se suele llamar “lugar donde el tiempo se detuvo”, puede decirse que conserva sus tradiciones y que su historia se respira en cada rincón, pero a la vez abre sus puertas a nuevas propuestas.