EL CARMEN DE VIBORAL: POR AMOR AL ARTE

«Han pasado más de 100 años

de esta historia de alfareros,

una herencia que aún narran

hombres viejos y museos».

«La Cosecha», canción del grupo Nybram.

Cada lugar suele tener unos oficios representativos, pero no son muchos los que llevan asociado a su imaginario un quehacer tradicional de forma tan indeleble y simbiótica como El Carmen de Viboral. 

Todo comenzó en el año 1898, cuando don Eliseo Pareja, empresario ceramista del municipio de Caldas llega a tierras carmelitanas para fundar la Locería El Carmen. A partir de este primer emprendimiento fueron surgiendo otros que se convirtieron en modelos para la aparición de más talleres. Entre los años 30 y 50, desde aquí se llevaba loza a lomo de mula y en camiones con destino a todo el país y al extranjero. Las piezas se vendían de pueblo en pueblo, ofrecidas por pregoneros que demostraban públicamente la calidad de la loza y llegando a rincones tan alejados como la Amazonía y La Guajira.

El negocio artesanal entró en declive en la década de los 80 al quedar rezagado por la incursión de empresas mucho más grandes que empezaron a utilizar avances tecnológicos para aumentar la producción y su calidad. Aun así, algunos guardianes de la tradición artesanal decidieron persistir en su custodia y abrieron pequeños talleres que se han mantenido en el tiempo y han perpetuado un saber ya centenario que a día de hoy es seña inseparable de identidad en El Carmen de Viboral. 

A día de hoy, una buena parte del mobiliario urbano carmelitano está permeado de alguna manera por el arte ceramista, y se hace doblemente arte en las siempre bellas letras de uno de sus hijos más célebres, el poeta José Manuel Arango, plasmadas en un par de mosaicos hechos de pequeñas piezas de cerámica en la Calle de la Cerámica. Desde el año 2012, la loza carmelitana cuenta con Denominación de Origen Protegida, y en el 2020 la cerámica decorada a mano fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. Esto es, antes que nada, un reconocimiento a los valientes que mantuvieron viva la tradición artesanal. 

Pero El Carmen no es sólo cerámica, aunque la cualidad de delicadeza y sensibilidad que implica este arte ha servido de inspiración para otros.  Es así que el municipio ha ido creciendo, por ejemplo, en su tradición gastronómica, con varios procesos vinculados al cuidadoso oficio de la siembra orgánica y del rescate de los sabores ancestrales. De esta tierra fecunda brota también la música y las artes performáticas, entre cuyos frutos podemos enunciar festivales anuales de rock, música andina y latinoamericana, poesía y filosofía, y una gran vocación teatral que se evidencia en los más de 6 espacios con programación habitual y a través de dos Festivales anuales: Carmentea, celebrado algunas veces en marzo y otras en abril, y El Gesto Noble, nacido en 1993 y celebrado en el mes de julio.

La Ceja: Una historia alojada entre montañas, leche y flores

La Ceja tiene un puñado de sellos distintivos. Uno que acompaña desde tiempos inmemoriales es la triada que componen los cerros El Capiro, El Corcovado, y Mirador de Cristo Rey, que  han visto desfilar al Cacique Payuco y su tribu, los indios Tahamíes; a la Corona Española, que llegó hacia 1541 en una expedición en la que descubrieron un valle extenso, de cristalinas aguas y verdes praderas que denominaron en principio Valle de Santamaría; también a Doña María Josefa Marulanda, que en 1820 donó las tierras en las que se construirían las primeras edificaciones de La Ceja moderna, razón por la cual es considerada como la fundadora de la localidad. Estos cerros, que como tutelares que son, custodian este municipio, siguen en firme y acompañan la nueva historia de La Ceja, llena de cultivos de flores, producción de lácteos, música y su tradición de andar en dos ruedas. 

Se calcula que más de un 60% de sus habitantes utilizan la bici como medio de transporte. Los floricultores, por ejemplo, la usan diariamente y llenan las celdas de parqueo en los cultivos de pompones, crisantemos y hortensias, destronando a carros y motos de ese lugar. En cuanto a los floricultivos, se estima que, de sus cerca de 55 mil habitantes, entre 25 y 30 mil dependen directamente de esta actividad. Los lácteos juegan también un papel importante en la vida económica del municipio, aquí se producen cerca de 70.000 litros de leche diarios. 

La Ceja es una tierra que ha visto nacer a personajes ilustres como Juan de Dios Aranzazu, político, catedrático, educador, abogado y periodista, gobernador de la provincia de Antioquia entre 1832 y 1836, y de quien toma su nombre el actual Teatro Municipal; y Gregorio Gutiérrez González, escritor, poeta y político cuya obra más celebrada es «Memoria sobre el Cultivo de Maíz en Antioquia» (1860). Su recuerdo está presente no sólo en la memoria de los habitantes del municipio, sino también en las estatuas ubicadas en la parte baja del Parque Principal, que acompañan a una tercera, la de Simón Bolivar, quien da su nombre a la Plaza. 

Tampoco podemos olvidarnos de exaltar su programa de reciclaje y manejo de residuos, reconocido a nivel internacional y del cual sus habitantes se enorgullecen. Gracias a los folletos explicativos y a la capacitación que cada año hace Empresas Públicas de La Ceja (EEPP), todos en el pueblo saben dónde va cada residuo. 

El Retiro: Cuna de vanguardias

En 1734, Ignacio Castañeda y su esposa, Javiera Londoño, llegaron al territorio que hoy conocemos como El Retiro para explotar sus abundantes minas de cuarzo. Según los historiadores, en la pronunciación de la época comenzó a cambiarse la C por la G, de tal manera que el término “guarzo” terminó por imponerse y por nombrar a su población: Guarceños. 

El 11 de octubre de 1766, siguiendo instrucciones póstumas de su esposo, doña Javiera firmó un testamento que declaraba la libertad a 140 esclavos y les cedía la más productiva de las minas que tenían en la zona. Por eso a El Retiro se le conoce como la “Cuna de la Libertad”, pues fue esta la primera liberación de esclavos de la que se tiene constancia en toda América. 

Ha llovido ya bastante desde entonces, pero de aquel suceso histórico toman su nombre las famosas Fiestas de los Negritos, las más representativas del municipio y una de las más concurridas en todo el departamento de Antioquia, celebradas todos los años los últimos días de diciembre. Estas son un recordatorio de una característica que, al parecer, ha permanecido en El Retiro a lo largo de los años, por no decir de los siglos: estar a la vanguardia. 

Lo estuvo, por ejemplo, cuando llegó hace más de un siglo la ebanistería, esa rama de la carpintería orientada a la fabricación de muebles donde, en general, se utilizan las maderas llamadas finas y exóticas. A día de hoy, hay aquí más de 100 talleres de muebles y pareciera ser que el carácter delicado y exquisito de este oficio ha contagiado a nuevos emprendedores que llegan para ofrecer atractivas y novedosas propuestas culturales y artísticas. 

El café que se produce en la zona sur del Municipio es considerado por los expertos como café de alta calidad y ya se encuentra en el mercado nacional. Actualmente, El Retiro le apuesta a la transformación del café apoyando y capacitando a los caficultores de las veredas para que sean ellos mismos quiénes tuesten el grano, creen su marca y le den ese valor agregado a su trabajo. Hoy en día encontramos más de 25 emprendedores que exhiben y venden sus cafés en el mercado campesino y en distintas tiendas del municipio. 

Y no podemos olvidarnos de su carácter musical, que encuentra su máxima representación en las famosas retretas, celebradas el primer sábado de cada mes, donde la Banda Sinfónica y otros invitados de ocasión se visten de gala para convertir el Parque Municipal en un salón de baile. 

La Unión: UN NOMBRE NACIDO DE LA JUNTANZA

Este municipio nos recibe con un nombre evocativo e invita a la pregunta por su origen. La respuesta a por qué La Unión la encontramos en 1778, cuando sus fundadores, uno de Rionegro y otro de Sonsón, donaron parte de sus tierras para levantar el primer caserío, que entonces se llamó Vallejuelo. De este primer junte y un compendio histórico de agregaciones y suma de esfuerzos nace su nombre. 

Hoy, El Morro Las Mellizas, en la Vereda San Miguel, todo un ícono por ser la montaña más alta que encontramos aquí, con 2811 msnm, se levanta como desafiando esa historia de juntanzas que dan nombre al municipio. Sus dos picos, que se miran de frente desde no sabemos cuándo, se buscan pero no se encuentran y sin embargo, dotan de gran belleza el paisaje y pueden verse desde alguna de las muchas fincas paperas que constituyen el más reiterado paisaje unitense. 

Aquí se cultivan las especies de papa capira, puracé y criolla. En la década del 2000 era el municipio con más toneladas de papa sembrada en toda Latinoamérica, por lo que el apelativo “capital antioqueña de la papa” no es casual. Sin embargo, el cultivo insignia ha ido cediendo lugar a nuevos invitados como la fresa, las flores, la uchuva, la ganadería de leche y la minería. 

En relación a esta última, La Unión se asienta sobre una gigantesca mina de caolín, barro blanco, arcilla y ceniza volcánica, materias primas que sirven de insumo a la tradición ceramista de El Carmen de Viboral. Este es uno de los pocos lugares de América Latina donde se encuentra el caolín, reconocido por las diferentes aplicaciones en que puede ser utilizado, como pinturas, papel, cerámica, pigmentos, refractarios, caucho y construcción.

El tractor es otro de los protagonistas, aquí se encuentra la mayor densidad de estos en toda Latinoamérica en relación a la extensión del territorio. Este vehículo, instaurado en la década de los 90, ayudó a fortalecer el trabajo campesino que antes era totalmente manual y a multiplicar la producción del tubérculo. Los miércoles y sábados se pueden ver en manada, pues son los días en que vienen a descargar la cosecha en el Centro de Acopio, construido por una Cooperativa de 32 paperos, que además instalaron allí una moderna planta de lavado y selección. El proceso de cosecha papera ha tomado una deriva más tecnificada y esta transformación ha permitido un crecimiento a escala de la producción, al tiempo que ha dejado en el pasado prácticas artesanales que se conservan en la memoria de los habitantes, algunos de los cuales manifiestan sentir “nostalgia del olor a papa mojada” lavada en sus propias fincas.