MARINILLA: LA ESPARTA COLOMBIANA, TIERRA QUE RIMA CON SABOR Y RELIGIÓN

“El parque de Marinilla huele a manzanilla”, reza un dicho popular sin autor conocido. Y aquí el hilo que empieza a tejer esta historia: las rimas que no se pueden pasar por alto en un territorio famoso por la producción de guitarras y donde una de sus manifestaciones culturales predominantes es la trova, un arte excepcional, improvisado y pleno de exageraciones, representado por la premiada Escuela de Trova del municipio. 

En Marinilla se destaca su tradición gastronómica, un municipio que no puede entenderse sin sus famosos merengones y los productos de maíz capio, un tipo de maíz blanco cada vez más escaso y en desuso que representa la tradición prehispánica y la adopción de los modos indígenas por parte de los primeros pobladores europeos. El maíz capio  se convirtió en el insumo básico para las jornadas de arriería y en el alimento principal de los habitantes del casco urbano en Semana Santa, hoy representados en preparaciones conocidas por todos como la teja (una especie de arepa grande y crujiente), la estaca (envuelto de masa de maíz en hoja de bijao), el buñuelo de maíz, las arepas y otros tipos de panificaciones. 

Tampoco podemos olvidarnos de su carácter religioso, ámbito en el que destaca el arte escultural del Maestro Alberto Soto y su colección de pesebres, la Semana Mayor, una de las más tradicionales del país y el emblemático Museo del Cristo, las Cruces y los Crucifijos, una colección – la más grande del mundo – reunida por el político Roberto Hoyos Castaño, que alberga más de 2.500 piezas pertenecientes a más de 50 países de los 5 continentes. 

Territorio de gran importancia histórica, es conocida como La Esparta Colombiana. Durante la época de independencia fue uno de los cuatro cabildos que daría como resultado la proclama del Estado de Antioquia, y a pesar de ser el cabildo más pequeño fue el que más hombres, pensadores y recursos aportó. Dentro de su historia, cabe resaltar el papel de las mujeres, siendo la más querida y recordada de todas Simona Duque de Alzate “La madre del ejército de Colombia”, famosa por su apoyo a la causa libertaria instando a sus siete hijos a unirse al ejército patriota, y pieza clave en las comunicaciones rebeldes del antiguo camino del Nare.

SANTA FE DE ANTIOQUIA: LA MADRE DEL PASADO Y EL PRESENTE

“Ciudad madre” y “cuna de la raza” son apelativos elocuentes para un municipio con reconocida importancia histórica y patrimonial. Santa Fé  de Antioquia fundada por el Mariscal Jorge Robledo en 1541, fue la capital del departamento hasta el año 1826. No es fortuito que hoy sea uno de los 18 municipios que hacen parte de la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia, y que su centro histórico haya sido declarado Bien de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura, la belleza de su arquitectura colonial en un espléndido estado de conservación, sus 7 iglesias, el Museo de Arte Religioso y el Museo Juan del Corral, sus hermosas plazas ajardinadas y sus calles adoquinadas dan cuenta de ello. Pero si de hitos patrimoniales se trata, el más importante es sin duda el Puente de Occidente, construido por el ingeniero José Maria Villa, que hermana al municipio con Olaya, vecino al otro lado del río Cauca.

Quizás, es su faceta contemporánea, su transformación más reciente, la que se conoce un poco menos. Hoy en día es posible disfrutar de un gran número de emprendimientos que han convertido elegantes casonas antiguas en hoteles boutique y cafés, bares y restaurantes tan bellos como innovadores que han traído un soplo de aire fresco al municipio. 

Sus oficios tradicionales permanecen en el tiempo. El más popular, la filigrana, llegó con la colonización española a Mompox y a este municipio que hoy cuenta con más de 7 talleres, además de la Asociación de Filigrana. Este arte es una técnica orfebre en la que se diseña joyería artesanal rellenando con finísimos hilos de metal formas huecas o figuras previamente elaboradas. A pesar del alto costo del oro, sigue siendo el metal más usado por los artesanos. Esto nos conecta con otro oficio emblemático: el barequeo, la extracción artesanal de oro en el Río Cauca que sirve de insumo a los talleres de filigrana. 

Son también famosos sus frutos exóticos, en especial el tamarindo, transformado en preparaciones diversas como la pulpa y los jugos. También encontramos otros frutos como el bienmesabe y el icaco, que pintan de color los árboles del centro histórico, y se utilizan en algunos restaurantes como insumos para la cocina.Los restaurantes y locales de Santa Fé de Antioquia comparten algo en su decoración, paredes llenas de máscaras nos hablan de la celebración más importante: la Fiesta de los Diablitos, realizada la última semana del año. Cuenta la historia que a los esclavos se les daba un solo día de descanso al año, normalmente el 28 de diciembre, en esta fecha se reunían y organizaban un festín patrocinado por su propietario, se disfrazaban como sus amos con largas capas, trajes coloridos y máscaras con hermosos rostros pulidos, luego danzaban, cantaban y recitaban versos. Las fiestas tomaron este nombre de las “diabluras” que les eran permitidas durante las mismas, y la tradición de las máscaras artesanales elaboradas con la expresión del diablito picaresco y juguetón se mantiene a día de hoy en Santa Fé de Antioquia.

San Pedro de los Milagros: UN PILAR EN MEDIO DE VERDES PRADERAS

Si hubiese que elegir una sola imagen para representar San Pedro de los Milagros, sin duda sería su Basílica, aunque haya mucho más por descubrir. Esta edificación majestuosa posa desde 1895, año en que finaliza su construcción. Segura del lugar que ocupa: es el centro de todo. En su interior yace El Señor de los Milagros desde 1774, la más perfecta réplica conocida de La Pietá, obra de Miguel Ángel, y hermosas pinturas religiosas plasmadas en los techos de las tres naves que recrean la vida y muerte de Jesús. Estas últimas, de enorme belleza, son toda una particularidad: obras en su mayoría del artista sampedreño Juan Múnera Ochoa, son diferentes representaciones bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento, para las cuales utilizó como modelos a personajes de la vida cotidiana de San Pedro.

El Señor de los Milagros, según cuenta la historia, estaba destinado a quedarse allí: un día de junio de 1774 llegaron dos viajeros comerciantes de Cristos hechos en madera a imitación del Milagroso de Buga. Ofrecieron en venta a un mayordomo y al párroco de entonces la única imagen que les quedaba. El negocio no prosperó y los visitantes emprendieron el viaje de regreso. Ya a las afueras, el que llevaba la imagen comenzó a sentir que el peso aumentaba. Intentaron levantarla varias veces, pero no lo lograron. Decidieron regresar a San Pedro y entonces el peso regresó a la normalidad. En el pueblo lo tomaron como un milagro, pues la imagen manifestaba con ello su voluntad de permanecer allí. Se cerró así el negocio y la imagen entró en la pequeña Iglesia Parroquial para quedarse en San Pedro de los Milagros.. 

Al final, a uno le provoca sentarse en las escaleras de enfrente a digerir tanta belleza. Y entonces, sin salir todavía de un asombro, se entra en otro, el paisaje de fondo: verdes intensos, cipreses más oscuros, campos que los sostienen los árboles más claros y más brillantes presagian la presencia del ganado lechero y toda una vida en torno a este. No es raro escuchar a más de un sampedreño decir que ordeñar ha sido un rasgo común en la vida de los aquí nacidos, o que San Pedro huele a campo y que los campesinos aquí tienen un olor particular, reconocible: olor a leche. Y cuentan que aquí las vacas son más juiciosas que los niños, que hacen fila y la respetan cuando las van a ordeñar. 

San Pedro es el municipio más lechero de Antioquia, y esto genera un importante comercio de derivados lácteos, que son aquí los productos más característicos. Igualmente, como no hay región que se respete sin rivalidad, San Pedro tiene una de carácter gastronómico con Santa Rosa de Osos en torno al pandequeso: es lo mismo, dicen, sólo que aquí lleva el apellido “sampedreño”. Las Fiestas de la leche y sus derivados, las más importantes del municipio, celebradas anualmente entre los meses de junio y julio, son un reconocimiento al producto más importante de la región.

Santa Rosa: TRAS LAS IGLESIAS, EL HORIZONTE EN LLAMAS

Los apelativos son una buena forma para comenzar a desentrañar los secretos de un municipio. Santa Rosa tiene varios; el más fidedigno, quizás, es “Tierra de atardeceres”, a lo que nosotros añadiremos “atardeceres de fuego”. Damos fe de ello, y también sus habitantes, que a cada oportunidad lo mencionan y, para demostrar que no mienten, te muestran orgullosos el archivo fotográfico de su celular que da cuenta de ese amplio historial de puestas de sol retratadas. Así nos damos cuenta de que esa mezcla de amarillos y rojos rabiosos que hacen el amor en el horizonte para fecundar matices, a veces violetas, a veces naranjas, son indudablemente un punto de abrazo en el imaginario santarrosano. No es casualidad entonces que la festividad más emblemática del municipio lleve por nombre “Fiestas del Atardecer”. 

Igual que sus estructuras religiosas, Catedral Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Capilla del Señor de la Humildad, Capilla de la Sagrada Familia y Basílica Menor Nuestra Señora de las Misericordias, cuyas fachadas son apenas un esbozo de la exquisitez artística que albergan en su interior. Especialmente bello es el de la Sagrada Familia, apodada “La Sixtina”, lienzo sin un solo espacio en blanco que el Maestro Salvador Arango Botero, hijo predilecto del municipio, tardó 10 años en completar (1945-1955).

Santa Rosa es la cuna de personajes tan ilustres como Pedro Justo Berrío, Marco Tobón Mejía, Miguel Ángel Osorio Benítez, mejor conocido como Porfirio Barba Jacob, y el también poeta Darío Jaramillo Agudelo. Y, aunque no nació aquí, pero sí muy cerca, en Don Matías, otro indispensable de la historia reciente del municipio es Miguel Ángel Builes, que durante casi cuarenta y tres años gobernó la Diócesis de Santa Rosa. Personaje controvertido donde los haya, tuvo una postura y lucha acérrima frente a los gobiernos liberales del país y especialmente contra cualquier representación del comunismo. Hombre de firmes convicciones, su figura polémica despierta amores y odios; casi todos reconocen su enorme influencia en el territorio.  

Tierra en su mayoría fría y ganadera, punto clave en la famosa “Ruta de la leche”, el paisaje de tierra fría nos embelesa con una amplia variedad de verdes que se plasman sobre campos usualmente cubiertos de neblina, donde las vacas están siempre presente. Ellas aportan la materia prima para la creación de uno de los productos emblema del municipio, el pandequeso, que no podemos irnos sin probar.

CONCEPCIÓN: UN LUGAR QUE INVITA A LA IMAGINACIÓN

Concepción se define como la acción y efecto de concebir, que hace referencia a idear, crear ó fecundar, dar vida a. Como el nombre es, en todo caso, una invitación a dar rienda suelta a la imaginación, vamos a pensar que Concepción es una mesa de billar.  Todos sus elementos tienen una correspondencia: las bolas de colores son sus casas perfectamente pintadas y conservadas esparcidas sobre un tapete verde, el campo circundante que parece infinito; la forma rectangular de la mesa la representa el Parque Principal, epicentro del transcurrir de la vida diaria de sus habitantes, nombrado en honor a José María Córdova, hijo predilecto de Concepción que vivió aquí sólo hasta la edad de 3 años, pero dejó su nombre como legado perdurable en el devenir histórico del municipio; y sus hoyos, ubicados en los extremos, remiten a las tantas y tantas quebradas y charcos que encontramos en las inmediaciones cercanas del casco urbano. 

Lo primero que uno nota al poner los pies en tierra es la inmensa tranquilidad que se respira (si, la tranquilidad tiene tamaño), y la variedad de colores, la belleza de la decoración de sus casas y el inmaculado estado de conservación de las mismas. Esta tierra de solo 4800 habitantes presume de su carácter patrimonial, con sus estrechas y empedradas callejuelas llenas de historias, y su Iglesia de la Inmaculada Concepción, que además de su belleza se caracteriza por ser la protagonista de una anécdota muy divertida: el terreno donde se ubica era propiedad de Nepomucena Osorio, quien por su fe y devoción la escrituró a nombre de la “Cofradía de las Ánimas Benditas y Nuestro Amo” en 1860. Para el 2011 la iglesia requería obras de restauración y conservación, pero la propiedad del terreno complicó las cosas. La Parroquia tuvo que realizar una inusual demanda judicial a las ánimas y así contar con el derecho para intervenirla. La parroquia ganó el pleito y las ánimas se quedaron sin representación en el tribunal. 

Además de color, historia y patrimonio, Concepción es agua, mucha agua. Se intuye desde el momento en que uno se acerca por la sinuosa carretera entre montañas por la que se accede cuando se viaja desde Medellín. Durante todo el camino un riachuelo que se hace quebrada y luego río, acompañan al viajero y juegan con las curvas asfaltadas, todo hacía una misma dirección. Todo es verde, solo matizado por alguna que otra casita campesina florida y pintada de colores, abrebocas también de la explosión de tonalidades que aguardan en al casco urbano.

SONSÓN ES UNA POSTAL

En el segundo piso de una casona antigua ubicada en la parte alta de la Plaza de Ruiz y Zapata nace una postal llena de color y profundidad.  El balcón azul claro, engalanado con el rojo de las flores que lo acompañan, permite ver la niebla blanca que baja de las montañas, y una o varias chivas de colores parqueadas frente a una fachada amarilla y verde pastel conocida desde 1990 como “El Balcón más bonito de Antioquia”. 

Estamos contemplando una postal casi perenne desde una casa que lleva en pie desde 1880 y que hoy alberga el Hotel El Tesoro. De los elementos mencionados, el más sujeto a cambios es el color de las flores; los demás han sabido mantenerse en el tiempo. Sin embargo, no todos los íconos del paisaje urbano sonsoneño han tenido la misma suerte. La antigua Catedral de granito, considerada en su momento la más hermosa de Sudamérica, fue destruida en su totalidad por el terremoto del 30 de julio de 1962. Sobre sus ruinas se levantó, en un estilo más moderno y criticado por muchos, la Catedral de Nuestra Señora de Chiquinquirá

Sonsón es monumental: tiene 8 museos y es el único municipio antioqueño, junto a Medellín, que cuenta con una Red conformada desde la que se articulan. Todas estas colecciones y espacios de exhibición nos remiten a los oficios que han marcado la historia del municipio, algunos de ellos vinculados entre sí como la fragua, la talabartería y la arriería. Estos nos hablan de una tierra de emprendedores, comerciantes y viajeros. No es fortuito entonces que se le conozca como “la Meca de la antioqueñidad”, pues fue este el lugar de partida de la principal y más documentada colonización antioqueña. En los años del paso del siglo XIX al XX, Sonsón llegó a ser el segundo municipio en importancia en Antioquia. 

Es también esta la tierra que acogió al poeta Gregorio Gutiérrez González durante buena parte de su vida y lo inspiró a escribir, en 1866, su obra más célebre, “Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia”. El maíz, por cierto, fue tan tradicional que dio nombre a las fiestas más emblemáticas del municipio, celebradas todos los años en el mes de agosto. 

Pero Sonsón no sólo es gigante en su historia y dinámica patrimonial y cultural, sino también en extensión: tiene 8 corregimientos y 107 veredas, y es tan diverso que en un extremo tiene el páramo, en el otro el Magdalena Medio, y en su casco urbano, a casi 2.500 metros sobre el nivel del mar y 13 grados centígrados de promedio, a Yimalá, un grupo de bullerengue ganador de varios premios a nivel nacional. Por eso, de este rincón mágico al que se suele llamar “lugar donde el tiempo se detuvo”, puede decirse que conserva sus tradiciones y que su historia se respira en cada rincón, pero a la vez abre sus puertas a nuevas propuestas.

EL CARMEN DE VIBORAL: POR AMOR AL ARTE

«Han pasado más de 100 años

de esta historia de alfareros,

una herencia que aún narran

hombres viejos y museos».

«La Cosecha», canción del grupo Nybram.

Cada lugar suele tener unos oficios representativos, pero no son muchos los que llevan asociado a su imaginario un quehacer tradicional de forma tan indeleble y simbiótica como El Carmen de Viboral. 

Todo comenzó en el año 1898, cuando don Eliseo Pareja, empresario ceramista del municipio de Caldas llega a tierras carmelitanas para fundar la Locería El Carmen. A partir de este primer emprendimiento fueron surgiendo otros que se convirtieron en modelos para la aparición de más talleres. Entre los años 30 y 50, desde aquí se llevaba loza a lomo de mula y en camiones con destino a todo el país y al extranjero. Las piezas se vendían de pueblo en pueblo, ofrecidas por pregoneros que demostraban públicamente la calidad de la loza y llegando a rincones tan alejados como la Amazonía y La Guajira.

El negocio artesanal entró en declive en la década de los 80 al quedar rezagado por la incursión de empresas mucho más grandes que empezaron a utilizar avances tecnológicos para aumentar la producción y su calidad. Aun así, algunos guardianes de la tradición artesanal decidieron persistir en su custodia y abrieron pequeños talleres que se han mantenido en el tiempo y han perpetuado un saber ya centenario que a día de hoy es seña inseparable de identidad en El Carmen de Viboral. 

A día de hoy, una buena parte del mobiliario urbano carmelitano está permeado de alguna manera por el arte ceramista, y se hace doblemente arte en las siempre bellas letras de uno de sus hijos más célebres, el poeta José Manuel Arango, plasmadas en un par de mosaicos hechos de pequeñas piezas de cerámica en la Calle de la Cerámica. Desde el año 2012, la loza carmelitana cuenta con Denominación de Origen Protegida, y en el 2020 la cerámica decorada a mano fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. Esto es, antes que nada, un reconocimiento a los valientes que mantuvieron viva la tradición artesanal. 

Pero El Carmen no es sólo cerámica, aunque la cualidad de delicadeza y sensibilidad que implica este arte ha servido de inspiración para otros.  Es así que el municipio ha ido creciendo, por ejemplo, en su tradición gastronómica, con varios procesos vinculados al cuidadoso oficio de la siembra orgánica y del rescate de los sabores ancestrales. De esta tierra fecunda brota también la música y las artes performáticas, entre cuyos frutos podemos enunciar festivales anuales de rock, música andina y latinoamericana, poesía y filosofía, y una gran vocación teatral que se evidencia en los más de 6 espacios con programación habitual y a través de dos Festivales anuales: Carmentea, celebrado algunas veces en marzo y otras en abril, y El Gesto Noble, nacido en 1993 y celebrado en el mes de julio.

La Ceja: Una historia alojada entre montañas, leche y flores

La Ceja tiene un puñado de sellos distintivos. Uno que acompaña desde tiempos inmemoriales es la triada que componen los cerros El Capiro, El Corcovado, y Mirador de Cristo Rey, que  han visto desfilar al Cacique Payuco y su tribu, los indios Tahamíes; a la Corona Española, que llegó hacia 1541 en una expedición en la que descubrieron un valle extenso, de cristalinas aguas y verdes praderas que denominaron en principio Valle de Santamaría; también a Doña María Josefa Marulanda, que en 1820 donó las tierras en las que se construirían las primeras edificaciones de La Ceja moderna, razón por la cual es considerada como la fundadora de la localidad. Estos cerros, que como tutelares que son, custodian este municipio, siguen en firme y acompañan la nueva historia de La Ceja, llena de cultivos de flores, producción de lácteos, música y su tradición de andar en dos ruedas. 

Se calcula que más de un 60% de sus habitantes utilizan la bici como medio de transporte. Los floricultores, por ejemplo, la usan diariamente y llenan las celdas de parqueo en los cultivos de pompones, crisantemos y hortensias, destronando a carros y motos de ese lugar. En cuanto a los floricultivos, se estima que, de sus cerca de 55 mil habitantes, entre 25 y 30 mil dependen directamente de esta actividad. Los lácteos juegan también un papel importante en la vida económica del municipio, aquí se producen cerca de 70.000 litros de leche diarios. 

La Ceja es una tierra que ha visto nacer a personajes ilustres como Juan de Dios Aranzazu, político, catedrático, educador, abogado y periodista, gobernador de la provincia de Antioquia entre 1832 y 1836, y de quien toma su nombre el actual Teatro Municipal; y Gregorio Gutiérrez González, escritor, poeta y político cuya obra más celebrada es «Memoria sobre el Cultivo de Maíz en Antioquia» (1860). Su recuerdo está presente no sólo en la memoria de los habitantes del municipio, sino también en las estatuas ubicadas en la parte baja del Parque Principal, que acompañan a una tercera, la de Simón Bolivar, quien da su nombre a la Plaza. 

Tampoco podemos olvidarnos de exaltar su programa de reciclaje y manejo de residuos, reconocido a nivel internacional y del cual sus habitantes se enorgullecen. Gracias a los folletos explicativos y a la capacitación que cada año hace Empresas Públicas de La Ceja (EEPP), todos en el pueblo saben dónde va cada residuo. 

El Retiro: Cuna de vanguardias

En 1734, Ignacio Castañeda y su esposa, Javiera Londoño, llegaron al territorio que hoy conocemos como El Retiro para explotar sus abundantes minas de cuarzo. Según los historiadores, en la pronunciación de la época comenzó a cambiarse la C por la G, de tal manera que el término “guarzo” terminó por imponerse y por nombrar a su población: Guarceños. 

El 11 de octubre de 1766, siguiendo instrucciones póstumas de su esposo, doña Javiera firmó un testamento que declaraba la libertad a 140 esclavos y les cedía la más productiva de las minas que tenían en la zona. Por eso a El Retiro se le conoce como la “Cuna de la Libertad”, pues fue esta la primera liberación de esclavos de la que se tiene constancia en toda América. 

Ha llovido ya bastante desde entonces, pero de aquel suceso histórico toman su nombre las famosas Fiestas de los Negritos, las más representativas del municipio y una de las más concurridas en todo el departamento de Antioquia, celebradas todos los años los últimos días de diciembre. Estas son un recordatorio de una característica que, al parecer, ha permanecido en El Retiro a lo largo de los años, por no decir de los siglos: estar a la vanguardia. 

Lo estuvo, por ejemplo, cuando llegó hace más de un siglo la ebanistería, esa rama de la carpintería orientada a la fabricación de muebles donde, en general, se utilizan las maderas llamadas finas y exóticas. A día de hoy, hay aquí más de 100 talleres de muebles y pareciera ser que el carácter delicado y exquisito de este oficio ha contagiado a nuevos emprendedores que llegan para ofrecer atractivas y novedosas propuestas culturales y artísticas. 

El café que se produce en la zona sur del Municipio es considerado por los expertos como café de alta calidad y ya se encuentra en el mercado nacional. Actualmente, El Retiro le apuesta a la transformación del café apoyando y capacitando a los caficultores de las veredas para que sean ellos mismos quiénes tuesten el grano, creen su marca y le den ese valor agregado a su trabajo. Hoy en día encontramos más de 25 emprendedores que exhiben y venden sus cafés en el mercado campesino y en distintas tiendas del municipio. 

Y no podemos olvidarnos de su carácter musical, que encuentra su máxima representación en las famosas retretas, celebradas el primer sábado de cada mes, donde la Banda Sinfónica y otros invitados de ocasión se visten de gala para convertir el Parque Municipal en un salón de baile. 

La Unión: UN NOMBRE NACIDO DE LA JUNTANZA

Este municipio nos recibe con un nombre evocativo e invita a la pregunta por su origen. La respuesta a por qué La Unión la encontramos en 1778, cuando sus fundadores, uno de Rionegro y otro de Sonsón, donaron parte de sus tierras para levantar el primer caserío, que entonces se llamó Vallejuelo. De este primer junte y un compendio histórico de agregaciones y suma de esfuerzos nace su nombre. 

Hoy, El Morro Las Mellizas, en la Vereda San Miguel, todo un ícono por ser la montaña más alta que encontramos aquí, con 2811 msnm, se levanta como desafiando esa historia de juntanzas que dan nombre al municipio. Sus dos picos, que se miran de frente desde no sabemos cuándo, se buscan pero no se encuentran y sin embargo, dotan de gran belleza el paisaje y pueden verse desde alguna de las muchas fincas paperas que constituyen el más reiterado paisaje unitense. 

Aquí se cultivan las especies de papa capira, puracé y criolla. En la década del 2000 era el municipio con más toneladas de papa sembrada en toda Latinoamérica, por lo que el apelativo “capital antioqueña de la papa” no es casual. Sin embargo, el cultivo insignia ha ido cediendo lugar a nuevos invitados como la fresa, las flores, la uchuva, la ganadería de leche y la minería. 

En relación a esta última, La Unión se asienta sobre una gigantesca mina de caolín, barro blanco, arcilla y ceniza volcánica, materias primas que sirven de insumo a la tradición ceramista de El Carmen de Viboral. Este es uno de los pocos lugares de América Latina donde se encuentra el caolín, reconocido por las diferentes aplicaciones en que puede ser utilizado, como pinturas, papel, cerámica, pigmentos, refractarios, caucho y construcción.

El tractor es otro de los protagonistas, aquí se encuentra la mayor densidad de estos en toda Latinoamérica en relación a la extensión del territorio. Este vehículo, instaurado en la década de los 90, ayudó a fortalecer el trabajo campesino que antes era totalmente manual y a multiplicar la producción del tubérculo. Los miércoles y sábados se pueden ver en manada, pues son los días en que vienen a descargar la cosecha en el Centro de Acopio, construido por una Cooperativa de 32 paperos, que además instalaron allí una moderna planta de lavado y selección. El proceso de cosecha papera ha tomado una deriva más tecnificada y esta transformación ha permitido un crecimiento a escala de la producción, al tiempo que ha dejado en el pasado prácticas artesanales que se conservan en la memoria de los habitantes, algunos de los cuales manifiestan sentir “nostalgia del olor a papa mojada” lavada en sus propias fincas.