Marino Arroyave: “SI UNO TIENE EL DON DE LA PALABRA, PARA QUÉ PLATA EN EL BOLSILLO”

Marino Arroyave no es historiador, “pero al menos lo intento”, dice él. En cualquier caso, es un magnífico contador de historias. Desde que era niño devoraba libros. A los 12 años estudió locución y periodismo por cuenta propia, pero por ser menor de edad no lo dejaban trabajar en la emisora del pueblo. Para cortar el problema de raíz, le envió una carta al entonces presidente, Misael Pastrana Borrero, solicitándole formalmente que hicieran una excepción. El presidente le contestó, o al menos eso cuenta él; el hecho es que finalmente logró que lo aceptaran en la emisora.

Desde entonces, ha participado activamente en la vida social y comunitaria del municipio: fue director del canal de televisión y trabajó en diferentes cargos públicos. En la época de la violencia, que azotó de forma tan fuerte a esta tierra, Marino aparecía con micrófono desde el balcón de la Alcaldía para sosegar a los habitantes. En una visita reciente que hicieron miembros de un grupo de investigación de la Universidad de Antioquia, le dijeron que era uno de los 3 costumbristas que quedaban en Antioquia. Aunque al escucharlo contar anécdotas y declamar poemas uno siente que está viendo una obra de teatro, Marino no está actuando: lo suyo no es una puesta en escena, sino su esencia misma en acción. Por eso se define como poeta, y su habitual uso del sombrero, la ruana y el carriel no es una impostura, sino la pinta que más le gusta y que más refleja su personalidad y deseo de conservar la tradición.  

A día de hoy, ya no ejerce ningún cargo oficial, pero su legitimidad sigue intacta. “Su Facebook es como el periódico de Sonsón”, nos cuentan varios miembros de la Casa de la Cultura. Y realmente lo es: en su perfil, Marino publica toda la actualidad y “avisos parroquiales” del municipio. En todo lo que hace, se nota su sentido de apropiación y lo mucho que quiere a su gente.

UNA FAMILIA ORGÁNICA

Fanny es la mamá de Cristina y Andrés, y la abuela de Dante. Es una mujer que irradia luz, un don que heredó a sus hijos y nietos. Quizás por eso todo lo que siembran en El Herbolario crece en abundancia, lleno de vida y color.

Fanny nos recibe con mucha hospitalidad y, mientras empezamos a conversar al calor de un té nos cuenta la historia de este proyecto familiar: “Todos vivíamos en Medellín, pero teníamos raíces en La Unión, además de un terreno. Un día, Andrés decidió que quería irse a vivir al campo y emprender en el agro. Yo decidí acompañarlo, y le propuse a Cris que nos viniéramos todos juntos”.

A Cristina, en principio, la idea se le hizo extraña, sobre todo porque se preguntaba a qué podía dedicarse en este nuevo escenario después de una vida citadina. En cualquier caso, decidieron aventurarse y, mientras Andrés probaba suerte con algunos emprendimientos, Cristina empezó sus estudios de Técnica Agrónoma en la sede del Sena de Oriente. Aquí se enamoró doblemente: del campo y sus posibilidades, y de quien es hoy su esposo, con quien finalmente decidieron dar vida a El Herbolario, un proyecto de agricultura consciente, libre de tóxicos, basado en un modelo que han querido nombrar como biorracional (vida + uso de la razón).

Cristina afirma que este tipo de proyectos no son una moda, al contrario, son la vuelta al origen, a la agricultura ancestral, a la forma en que comían nuestros abuelos después de un paréntesis de amnesia sociocultural en cuanto a la forma correcta y saludable de alimentarnos. Venden directamente, eliminando los intermediarios y no matan las poblaciones de insectos, sino que las regulan con métodos naturales.

En la huerta pueden encontrarse todo tipo de frutas, vegetales, especias y hierbas aromáticas que Fanny nos va a enseñando y en algunos casos tomamos de las plantas para probar o intentar descifrar qué son. Con inmensa sencillez, nos dice que ella “intenta transmitir lo poquito que sabe”

Además de nosotros, los otros personajes privilegiados que son testigos de la vida que nace a borbotones son las gallinas, que aquí son mascotas y por eso, como dice Fanny, “hay que consentirlas”. Todos los días les prepara un menú gourmet que va desde ensaladas de la propia huerta hasta papita cocinada. Son gallinas mimadas y felices, y se nota en el tamaño de los huevos que ponen.

El Herbolario y esta hermosa familia nos recuerdan que la salud parte de la consciencia, y esta se recupera en la medida en que nos reconectamos con nuestras raíces.

FAMILIA Hojarasca Cultura Orgánica

Mónica es la hija menor de Carlos Enrique Osorio. Conversando con ella en su restaurante, mientras disfrutamos de un delicioso almuerzo al calor de su presencia y los relatos que nos regala, uno se da cuenta que su historia está ligada de forma casi inseparable a la de su padre.

Corría el año 1994 cuando don Carlos empezó a sufrir afectaciones complejas de salud. Para entonces tenía 40 años y una vida entera dedicada a la agricultura. Los médicos a los que acudió no lograban detectar el origen de su malestar y los tratamientos que le recetaban no parecían surtir efecto. Quiso la fortuna que un día de aquellos un médico naturista que residía en su misma vereda, La Milagrosa, cuyo nombre no pareciera ser fortuito a la luz de esta historia, descubriera la raíz del problema: su sangre estaba intoxicada por los químicos con los que había estado en contacto por cerca de 3 décadas.

Carlos se vio súbitamente obligado a suspender el uso de estos productos y confrontado con la decisión de continuar cultivando de forma orgánica, impulsado además por la motivación de Juan, aquel médico naturista que desde entonces es amigo, socio y maestro.

“No ha sido para nada fácil”, nos cuenta Mónica desde un presente mucho más luminoso. En aquel entonces, la producción orgánica no tenía el auge y acogida con el que cuenta hoy en día. Sin embargo, Carlos decidió seguir adelante y, junto a otros 4 productores de la zona que practicaban este tipo de agricultura, creó “Hojarasca”, una legumbrería orgánica donde se ofrece toda la variedad de hortalizas, granos, tubérculos y legumbres, extraídos de las cuatro fincas de sus socios y la suya, la Granja Rena-Ser, que con el tiempo se ha consolidado como una finca-escuela abierta a los visitantes para el aprendizaje de la teoría y práctica de la producción agroecológica.

El negocio fue creciendo y, lo más importante, se fue transformando en una filosofía de vida. Para poder tener un espacio donde compartirla, se creó el restaurante “Hojarasca Cultura Orgánica”, gestionado por Mónica. Es un espacio de cocina vegetariana que acoge la tienda donde se venden los frutos de la huerta y otros que el ingenio y las manos de su hermana convierten en postres, trufas, confites de uchuva y mora, panes de maíz, entre otros. “Es un negocio familiar”, afirma orgullosamente Mónica, a la vez que le da también a su madre un merecido protagonismo: “Mamá es una maga de las plantas medicinales, tiene una tienda llamada La Yerbabuena en la que vende sus plantas sagradas y algunos productos transformados a base de las mismas”.

A día de hoy, el restaurante es un Centro Cultural donde se llevan a cabo actividades como clases de yoga, danza árabe, cocina y conversatorios sobre principios de antroposofía, medicina ayurvédica, psicologías alternativas y el papel de la alimentación en la salud. En aras del mejoramiento de la calidad de vida y el bienestar físico y emocional de las personas, Mónica y su familia dedican su tiempo a generar espacios y acciones que permitan transmitir la sanación que les fue concedida.

MÚSICA, MAESTRO

“El Retiro está lleno de Castañedas, tanto así que en la Banda hemos tenido cerca de 30 Catañedas”, dice Jesús Horacio Bedoya, director de la misma desde 1991, que por parte de su madre legó también el famoso apellido.

Músico de vieja data, ya desde los 7 años “tocaba el himno de El Retiro y otras cancioncitas”, según él mismo nos cuenta. Y complementa con una historia bien simpática: su papá, que por aquel entonces tocaba también en la banda, lo presentó a don Luciano Bravo Piedrahita, eminencia que dedicó su vida entera a la música, mitad del popular dueto “Luciano y Concholón”, para que le enseñara a tocar. Cuenta Horacio (como le gusta que le llamen), que “don Luciano me miró muy serio y me dijo: abra la boca y muéstreme los dientes”. Cuando se los vio, al encontrarlos parejos, concluyó que el chico “servía para tocar trompeta”, el que terminó siendo su instrumento favorito, aunque toca bastantes más.

Desde entonces, el camino de Horacio junto a la banda por la senda musical no ha parado de ascender. Con la Banda de El Retiro consiguió logros como el Concurso Nacional de Bandas de Música de Paipa en 1994, el más importante de todo el país, evento en el que fue elegido además Mejor Director. Este mismo año obtienen el primer puesto en el Concurso de Bandas Musicales en Anapoima y le otorgan el premio a la mejor interpretación de la obra obligada, el bambuco “Anapoima”. En 1995 vuelven a ganar en Anapoima, y este mismo año reciben la Medalla al Mérito “Pedro Justo Berrío” de la Gobernación de Antioquia. En el 96 los declaran “fuera de concurso en Anapoima”, donde vuelven a triunfar en el 99, al igual que en el 97 en Paipa.

Como puede verse, la de Horacio y la Banda de El Retiro es una vida colmada de triunfos, al igual que la de las famosas Retretas, nacidas justamente en 1991 y que tienen lugar el primer sábado de cada mes en el Parque Principal, donde siempre altiva, la propia Banda, junto a otros artistas locales e invitados, hacen gala de su capacidad para alegrar la noche con música, baile, cultura y tradición.

Esta comunión de más de 30 años entre la principal representación musical del municipio con sus habitantes es toda una institución en El Retiro y una invitación a disfrutar de su cada vez más robusta oferta artística y cultural.

JUAN DIEGO PARRA, HOMBRE DE CAFÉ

Nos recibe con su delantal puesto y con su manera de hablar pausada, que nos hace pensar en un hombre paciente. Juan Diego es oriundo de Manizales y ha vivido en diferentes lugares de Colombia, pero como él mismo dice, encontró su lugar en Concepción.

Hace 3 años que se instaló aquí, pero sólo hace 4 meses decidió abrir El Balcón del Café, lugar que en muy corto tiempo se ha convertido en un referente. Juan, nacido en tierras cafeteras, ha tenido diferentes emprendimientos y ahora quiere crear una experiencia que abarque la integralidad del proceso. Está en camino de certificarse como guía profesional y tiene un recorrido diseñado que inicia en su tienda, ubicada en una de las casas más antiguas del municipio, con una hermosa vista del parque principal y del paisaje circundante ante la cual es imposible no emocionarse.

Él, como muchos otros en el municipio, sabe de su vocación turística y quiere propender por una narrativa en torno a aspectos idiosincráticos que atraiga a viajeros interesados en la cultura y en apreciar, a través del cuidado, esta pequeña aldea encantada que es Concepción.