
A Venecia la habitaron primero los indígenas Titiribíes y Sinifanaes. Se establecieron en esta tierra cautivados quizá por la energía y majestuosidad del Cerro Tusa: la pirámide natural escalable más alta del mundo, una montaña puntiaguda e imponente producto del estornudo de un supervolcán, a la cual adoraron como diosa, incluso allí puede verse tallado su rostro: la Diosa del Espejo. Estas comunidades dejaron innumerables vestigios de gran valor arqueológico que nos ayudan a entender cómo cuidar la tierra y abrazar el mundo.
Luego, en 1860 vendrían a este municipio los primeros colonos quienes después de ver en la caña, el café y las cientas tonalidades de verde del paisaje una posibilidad de sustento e intercambio se quedaron, y empezaron a nombrarlo como La Provincia, aunque luego les pareció más acertado nombrarlo Venecia, por las inmensas lagunas que inundaban la tierra, algo así como el puerto italiano donde se navega en góndola. Construyeron varios trapiches y surgieron algunas haciendas cafeteras. La primera fue La Amalia, construída por Amalia Madriñan de Marquez, una de las mujeres más importantes del país, a quien, cuenta la historia, le pidieron vender sus tierras por creerla “incapaz” luego de enviudar, propuesta que más que ofensa fue un impulso para demostrar su tenacidad con acciones como lo han hecho todas las mujeres de nuestra historia. Creó un emporio alrededor del café, inventó su propia moneda y antes de finalizar el siglo XIX era la productora más grande de todo Colombia.
Después, para el siglo XX la modernidad atrajo la poesía a Venecia y con ella llegó León de Greiff a trabajar en Bolombolo para la construcción del Ferrocarril de Antioquia, y en medio de las investigaciones de sus vías se encontró el porqué de la geografía del municipio, se debía a la erupción de un supervolcán que dio origen al Cerro Tusa y la riqueza agrícola y mineral. Greiff se enamoró de esos suelos volcánicos, así como del río Cauca y escribió gran parte de su obra poética en su paso por allí.