Mientras caminábamos por Urrao, nos llamó la atención una casona verde de balcones con costales, cuerdas y zurriagos, y un pendón colgado de una mula y un campesino: la Posada del Arriero. Adentro estaba Óscar Urrego, el dueño del local, así que como es típico de nosotros: le pusimos conversa.
Nos contó que su oficio de arriero lo aprendió desde muy niño, con sus mulas caminaba largos trayectos, con un máximo de 17 mulas, cruzaba montañas nunca antes pisadas, llegaba al Chocó y podía tocar el mar… Se fue animando la cosa y empezó a mostrarnos los secretos dentro de su carriel, que antes pertenecía a su padre y puede tener más de unos 100 años. En el conserva lo que tradicionalmente guarda un arriero: un totumo para tomar agua de río en el camino, unos dados para jugar entre amigos al terminar la tarde, remedios para las mulas, una “contra” o antibrujería con colas de gurre y colmillos de tigre y fotos de sus seres queridos, entre las que conservaba una foto de su esposa: Doña Hortensia Restrepo, a la que lleva amando 76 años, sin parar ni un solo día de los meses en los que Óscar estaba de viaje al lomo de su mula… Se fue atreviendo un poquito más y nos enseñó una de las cartas que le dio ella cuando apenas eran unos «sardinos», con beso marcado, flores pegadas y un cachito de cabello para que en sus viajes nunca se olvidara de ella. Así de picante es uno de sus fragmentos:
Amor mío, cuidado me cambias por otra, que a vos en tus andanzas te resultan muchas mugrosas por hay (sic) porque como vos sos tan papito, no falta quién te pique el ojo.
Cuídate pues que vos no sos sino para mí.
Asta (sic) luego amorsito (sic) mío,
Que Dios te acompañe y que la virgen del Carmen te de la bendición.
Hasta muy lijero (sic) Te espero.
La niña de tus ojos.
Esta es una pareja longeva de Urrao, un amor que no se rindió a la distancia, ni el tiempo, para el que el camino fue el sustento y la ilusión del siempre volver.