Mónica es la hija menor de Carlos Enrique Osorio. Conversando con ella en su restaurante, mientras disfrutamos de un delicioso almuerzo al calor de su presencia y los relatos que nos regala, uno se da cuenta que su historia está ligada de forma casi inseparable a la de su padre.
Corría el año 1994 cuando don Carlos empezó a sufrir afectaciones complejas de salud. Para entonces tenía 40 años y una vida entera dedicada a la agricultura. Los médicos a los que acudió no lograban detectar el origen de su malestar y los tratamientos que le recetaban no parecían surtir efecto. Quiso la fortuna que un día de aquellos un médico naturista que residía en su misma vereda, La Milagrosa, cuyo nombre no pareciera ser fortuito a la luz de esta historia, descubriera la raíz del problema: su sangre estaba intoxicada por los químicos con los que había estado en contacto por cerca de 3 décadas.
Carlos se vio súbitamente obligado a suspender el uso de estos productos y confrontado con la decisión de continuar cultivando de forma orgánica, impulsado además por la motivación de Juan, aquel médico naturista que desde entonces es amigo, socio y maestro.
“No ha sido para nada fácil”, nos cuenta Mónica desde un presente mucho más luminoso. En aquel entonces, la producción orgánica no tenía el auge y acogida con el que cuenta hoy en día. Sin embargo, Carlos decidió seguir adelante y, junto a otros 4 productores de la zona que practicaban este tipo de agricultura, creó “Hojarasca”, una legumbrería orgánica donde se ofrece toda la variedad de hortalizas, granos, tubérculos y legumbres, extraídos de las cuatro fincas de sus socios y la suya, la Granja Rena-Ser, que con el tiempo se ha consolidado como una finca-escuela abierta a los visitantes para el aprendizaje de la teoría y práctica de la producción agroecológica.
El negocio fue creciendo y, lo más importante, se fue transformando en una filosofía de vida. Para poder tener un espacio donde compartirla, se creó el restaurante “Hojarasca Cultura Orgánica”, gestionado por Mónica. Es un espacio de cocina vegetariana que acoge la tienda donde se venden los frutos de la huerta y otros que el ingenio y las manos de su hermana convierten en postres, trufas, confites de uchuva y mora, panes de maíz, entre otros. “Es un negocio familiar”, afirma orgullosamente Mónica, a la vez que le da también a su madre un merecido protagonismo: “Mamá es una maga de las plantas medicinales, tiene una tienda llamada La Yerbabuena en la que vende sus plantas sagradas y algunos productos transformados a base de las mismas”.
A día de hoy, el restaurante es un Centro Cultural donde se llevan a cabo actividades como clases de yoga, danza árabe, cocina y conversatorios sobre principios de antroposofía, medicina ayurvédica, psicologías alternativas y el papel de la alimentación en la salud. En aras del mejoramiento de la calidad de vida y el bienestar físico y emocional de las personas, Mónica y su familia dedican su tiempo a generar espacios y acciones que permitan transmitir la sanación que les fue concedida.